Entiendo lo que quería decir Gore Vidal cuando hablaba de la la costa de Amalfi como “el mejor lugar para observar el fin del mundo”. Gracias a la calma que transmite el discreto oleaje del mar Tirreno y a las felices digestiones bañadas de Limoncello, en ese hermoso y tranquilo rincón del sur de Italia uno puede encontrar la inspiración para convertirse en el cronista de unas cuantas decadencias, no solo la occidental. Vidal eligió concretamente la villa de Ravello, donde le acabaron concediendo el título de ciudadano honorario, quizás por ejercer con entusiasmo de celebridad local (a su casa acudían con frecuencia estrellas de Hollywood y personajes ilustres procedentes de diversos ámbitos, incluida la Iglesia Católica) y confundirse orgullosamente entre los nativos (el cineasta Federico Fellini, que lo llamaba cariñosamente “Gorino”, certificó, al parecer, su asimilación al paisaje).

Allí escribió gran parte de sus “narraciones del Imperio”, unas novelas que relatan el reverso de la historia estadounidense, y también sus celebradas (y temidas) memorias, todo un exhibicionismo de ingenio malvado. Italia se convirtió, para Vidal, en un exilio voluntario, sobre todo cuando el crítico del "New York Times", tras la publicación de The City and the Pillar (considerada como la primera novela de postguerra de temática abiertamente homosexual), se negó a reseñar sus libros (a pesar de haber elogiado su primera obra), y sus enemigos literarios, entre ellos Norman Mailer y Truman Capote, habían ocupado los clubs de las metrópolis, convirtiéndole así en persona non grata.

"Vidal dedicó gran parte de su vida al estudio del poder. También al mundo clásico para analizar las ambiciones de la superpotencia..."

Vidal dedicó gran parte de su vida al estudio del poder. También al mundo clásico (Juliano el apóstata, Creación), del que se sirvió para analizar las ambiciones de la superpotencia que, según él, siempre sucumbía a la tentación de “soltar a los perros de la guerra”. Su obra (ficción y no ficción) la planteó como un desafío a la autocomplacencia hagiográfica en lo que él denominó “los Estados Unidos de Amnesia”. Decía Vidal que su país carece de memoria porque se niega a recordar y, por lo tanto, nunca puede aprender. De ese modo, los héroes (Lincoln) y los villanos (Burr) deben ser reexaminados; los impostores señalados (Literary Gangsters).

Se dice que la famosa trifulca televisiva que mantuvo con William Buckley, la cual le hizo perder los papeles por primera vez a este último (Buckley dijo una vez que pensaba que las grabaciones de esos programas habían sido destruidas), introdujo el espectáculo en el periodismo político. Quiso que Christopher Hitchens fuera su delfino, su digno y único heredero en el territorio de las ideas y las artes, su brillante hijo literario, pero la guerra de Irak, a la que Vidal se opuso y Hitchens apoyó, los separó de una manera trágica. Hitchens acusó a Gore Vidal de sumarse a la tradición conspiranoica de la Historia, de perder el rigor y, peor todavía, su ingenio. En su día lo llamó, con admiración, “el Papa de Ravello”. El maestro. Su despiadado ataque en "Vanity Fair", titulado “Vidal Loco”, sin embargo, demuestra que nunca dejó de ser su delfino: lo ejecutó con las armas de la víctima. De todo aquel mundo, ahora ya casi olvidado, se acordaba uno, ay, paseando por las calles de Sorrento.