Uno de los hechos medibles, y por lo tanto considerados poco –o nada– opinables, es que los encuentros entre los presidentes del Gobierno central y la Xunta rara vez han supuesto beneficios contables ni a corto ni a medio plazo. Alguno hubo, entre Felipe González y Manuel Fraga, pero después el ambiente se hizo más espeso incluso durante el mandato de José María Aznar, cuyo ministro de Obras Públicas Álvarez Cascos recibió una Medalla de Oro por una explosión de promesas, alguna de las cuales aún espera el hisopo de la inauguración y varias más el certificado de remate. Es por eso por lo que se espera tan poco de lo que hoy pueda salir de Moncloa entre los señores Sánchez y Rueda.

(No es una cuestión de escepticismo, y menos aún de pesimismo histórico: solo de experiencia y precedentes. Ni siquiera cuando “don Manuel”, el patrón de un PP que casi recién fundado empezaba –con el impulso del fallecido José Cuiña– a ser “de G”, calificaba de “gobierno amigo” al citado de Aznar, se vieron satisfechas reivindicaciones urgentes. Por ejemplo, las referentes a la dispersión y edad media poblacionales, que exigían a gritos una solución. Después llegó el señor Rajoy, lastrado por una herencia, la de Zapatero, que obligaba a recortes que se imputaron a don Mariano cuando su origen era la pésima gestión de aquel, y la “deuda histórica” con Galicia se disparó.)

En este punto sería aplicable a los partidos gobernantes en España aquello de la copla, “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”, pero alguien podría no entenderlo y, además, para nada serviría. Porque si los antecedentes invitan al desánimo, el presente es aún peor: el inquilino de Moncloa tiene demostrado que el de “Noroeste” es un concepto que maneja poco y nunca en sentido positivo. Ha inaugurado, sí, obras de importancia estratégica pero solo –y con retraso añadido– las que habían empezado otros. Y en lo demás, incluyendo el misterio de los fondos europeos y su reparto, el balance es tan sencillo como la cuenta de la escuela: “cero al cociente y bajo la cifra siguiente”.

Claro que, como las desgracias nunca vienen solas, y aparte de que las citas en un mismo día con tres presidentes –del PP, acaso una casualidad– resulte descortés, hay otro problema: quedan muy pocos, aquí, allá o acullá, que se fíen de cualquier cosa que diga el señor Sánchez. La agenda de incumplimientos, contradicciones o, simplemente, faltas a la verdad es tan evidente y tan voluminosa que se ha convertido ya, por desgracia para el país, en una especie de marca de fábrica. Que incluye hasta a sus socios y aliados, aunque éstos tienen siempre a punto el instrumento corrector: un chantaje parlamentario. Y nunca les falla, porque don Pedro es alérgico a la idea de dejar el sitio a otro.

Todo ello, y unas cuantas cosas más, habrá de afrontar hoy el señor Rueda Valenzuela, que parece haber recibido una respuesta ambigua de la oposición de aquí para presentar en Moncloa una relación de urgencias avalada en común. Algo que, al menos en opinión personal, es una prueba definitiva, por si había dudas, de que no ha de esperar gesto alguno de respaldo institucional. Y no solo porque el BNG decidiese proclamar, por su cuenta y en la práctica, este 2022 como año electoral, sino porque el PSdeG está tan atrapado por el “Efecto Pedro” que no podrá ni respirar sin permiso. Lo bueno, cara al electorado, para el titular de la Xunta es que nadie podrá decir en serio que no ha intentado hacer lo que debía.