Opinión | Crónica Política
El muestrario
Es lo que hay, y resultaba, en efecto, una ingenuidad pretender que buena parte –creciente, según todas las encuestas– de la oposición en Galicia aprovechase este 25 de julio para enviar un mensaje esperanzador. En todo caso habría de dirigirse al conjunto de la ciudadanía y no sólo a aquellos sectores de los que cree cada sigla que puede obtener más votos. Pero el balance –siempre desde una opinión personal– permite ratificar una decepción habitual: la constatación de que “el país” que cada uno pretende dibujar no sólo es distinto, sino opuesto. Y eso, que confunde la diferencia con la hostilidad, no es precisamente lo que necesita hoy, y seguramente en el porvenir cercano, esta tierra.
Quede claro que el introito no pretende discutir el derecho que asiste a cada grupo político y sus seguidores a expresar y reclamar el modelo que crea más adecuado. Pero es preciso incluir, y cuanto antes, en ese derecho básico el de respetar el que se tiene a disentir, sin por eso descalificar e insultar a aquellos que lo ejercen. Y esa es precisamente la raíz de un cainismo que carcome a buena parte de la cada vez más maniquea sociedad española y que, por lo oído hace horas en Compostela, amenaza también a Galicia. La prueba estuvo en los gritos de la manifestación convocada por el BNG: todo un recital de insultos y tópicos que encajan quizá en la libertad de expresión, pero con fórceps.
Quien esto escribe respeta a la portavoz nacional del Bloque. La considera mucho más realista y políticamente moderna –en el mejor sentido del término– que algún otro sector de su organización. Y no pretende caer en el tópico malintencionado de los que la ven “prisionera” de los radicales. Es mujer de principios, no los maquilla en función de sus intereses partidarios, y resulta creíble cuando expone su interés por lograr una Galicia mejor. Pero el mejor escribano echa un borrón y, desde el punto de vista particular, su señoría se equivocó en el fondo y en la forma de su discurso: hizo populismo y ofreció lo que algunos definen como tal: soluciones fáciles a problemas muy, muy complejos.
Eso es lo que abunda hoy en día en Europa, en los dos lados –derecho e izquierdo– del escenario, crece si parar y alimentarlo aún más no tiene sentido. Y aunque se entiende la costumbre de animar a los seguidores con grandes y sonoras frases, doña Ana sabe que ahí no está la solución, y menos en un marco de audiencia al que acudieron todo tipo de nacionalistas, desde los de Cataluña hasta, con todo respeto, los del Bierzo, que parecían ofrecer una muestra de lo que ocurriría si el formato se aplicase: taifato en vez de autonomía y, por supuesto, no ya el “café para todos” del ministro Arévalo, sino desayuno continental. Lo que puede producir, además de indigestión, ruina económica.
Nadie, desde el sentido común, puede discutir que Galicia, como cualquier democracia, necesita una alternativa. Pero ha de asentarse sobre el otro sentido, el de lo común, y no en la idea excluyente que practican algunos nacionalismos. Y eso es posible: el mismo día el otro gran partido de la oposición, el PSdeG-PSOE, planteaba la opción, real y realista, de reformar el Estatuto, desarrollando a fondo lo pendiente en el actual y recogiendo la ampliación de posibilidades que ofrece la Constitución. Tal como están las cosas en ese partido, elogiar al secretario xeral gallego, señor González Formoso, por su moderación –propia de sus raíces– puede ser arriesgado para él, pero vale la pena. Porque su señoría y su modelo encaja mejor, más allá de las encuestas, con lo que se llama “centro” –en este caso a la izquierda– en el sentir del país, demostrado reiteradamente en las urnas por el PP.
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