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Joaquín Rábago.

Amenazas si no se para la guerra

Llevaba ya tiempo la ONU advirtiendo de que la guerra de Ucrania puede agravar hasta extremos nunca vistos las hambrunas que sufren ya algunas regiones del mundo, además de provocar revueltas populares y migraciones masivas.

Occidente culpa de todo ello al bloqueo ruso del mar Negro mientras que el Kremlin reclama el desminado de esas aguas, algo que el Gobierno de Kiev, a su vez, rechaza por temor a las operaciones rusas por mar contra su país.

De ahí la importancia atribuida por todos al acuerdo firmado por Kiev y Moscú gracias a los buenos oficios de Turquía para que, a través de un corredor especial y escoltados por buques turcos, puedan por fin los barcos cargados de cereales abandonar los puertos ucranianos.

Acuerdo puesto por desgracia al día siguiente en entredicho por un nuevo ataque al puerto de Odesa, que Kiev se apresuró a atribuir al ejército ruso y que Moscú acabó reconociendo.

La situación en el ancho mundo mientras tanto es muy grave: según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, 323 millones de personas están amenazadas de hambre, sobre todo en las regiones subsaharianas, donde ya una de cada dos personas no tiene suficiente qué comer.

Se acusa además a Rusia de haber destruido diversos silos donde se guardaban los cereales para su exportación, entre ellos el segundo más grande del país.

Algunos dirigentes de países subsaharianos, como el presidente del Senegal, Macky Sall, actualmente al frente de la Unión Africana, se quejan de que sus países, todos ellos alejados del conflicto, sean, sin embargo, sus “víctimas inocentes”.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, parece tenerlo más difícil con los dirigentes del África subsahariana que con los occidentales, y así cuando, tras muchos esfuerzos, logró dirigirse por vídeo a los representantes de la Unión Africana, la sala estaba prácticamente vacía: solo había 4 de 55 jefes de Estado.

El presidente ruso, Vladímir Putin, ha logrado ponerse en cabeza de un movimiento anticolonialista que no acepta la versión de Occidente y se queja además del trato discriminatorio que Europa da a los refugiados africanos frente a los de Ucrania.

Pero no solo la penuria de cereales representa un problema cada vez más acuciante para el mundo en desarrollo, sino que a él se suma la escasez de fertilizantes, de los que Rusia, Bielorrusia y Ucrania son importantes productores, y que se necesitan con urgencia en África, América Latina y otras regiones del llamado “Sur global”.

El bloqueo ruso de los puertos ucranianos es tan solo uno de varios factores que afectan al mercado mundial de cereales: en mayo, a raíz de una grave sequía, la India, segundo mayor productor de trigo del mundo, suspendió sus exportaciones de ese cereal.

Y China, que es el mayor productor individual, ha declarado la seguridad alimentaria doctrina de Estado y tiene actualmente en sus silos, según fuentes norteamericanas, 159 millones de toneladas.

La propia Rusia, tercer gran productor, muy por delante de EE UU, ha intentado mantener estable el precio del trigo con la aplicación de cuotas y gravámenes a la exportación.

En Rusia se espera para este año una cosecha récord –Putin llegó a hablar de 50 millones de toneladas para la exportación– que podría servir para compensar el que, por culpa de la guerra, deje de producir Ucrania.

Antes de la invasión rusa, que ha destruido en torno a un 30 por ciento de la superficie cultivada en Ucrania, este país exportaba al mes entre seis y siete millones de toneladas de cereales, lo que contribuía a mantener más o menos estables los precios en el mercado mundial.

Y mientras tanto la guerra continúa en el extremo este de Europa sin que haya siquiera un intento de solución diplomática a la vista.

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