La historia de los últimos tres siglos es la historia del progreso tecnológico. En general, hemos sido capaces de transformar ese progreso en bienestar social. Aunque es verdad que hemos cometido errores y generado nuevos problemas. Entre otros, la desigualdad en el reparto del bienestar, sobre todo entre países; y la falta de preocupación por una huella ecológica desatada. Ambos asuntos deben preocuparnos y ocuparnos colectivamente en los próximos años.

Desafortunadamente, en la agenda aparecen otros desarrollos importantes que, incluso siendo optimistas en sus efectos finales, requieren un abordaje apropiado. Uno de ellos es el de la inteligencia artificial (IA). Aun dejando al margen visiones pesimistas o apocalípticas como las que se trazan en las sagas cinematográficas de Terminator y Matrix, y asumiendo que estamos todavía lejos de crear una IA general como la de los humanos, tenemos que prepararnos.

La inteligencia artificial va a cambiar, a ritmo exponencial, la forma de resolver y afrontar muchas de las tareas que nos rodean. La eficiencia que se ganará haciendo que las máquinas piensen, parcialmente, por nosotros se traducirá en más productividad y competitividad. Las empresas y regiones que no se adapten se quedarán descolocadas y fuera de mercado. Para un territorio como Galicia, con un tejido empresarial muy fragmentado en el que las microempresas son la norma, el reto es particularmente intenso. Porque la IA no puede implementarse en estructuras que no estén bien organizadas y profundamente digitalizadas.

Por ello, es una buena noticia que la Xunta de Galicia, a través de la AMTEGA, esté trabajando en la definición de una estrategia de país que integre los recursos investigadores y educativos con las necesidades y posibilidades empresariales en el ámbito de la IA. Aunque, como siempre, de poco valdrá la definición de la estrategia si luego no controlamos su implementación.

*Director de GEN (UVigo)