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Joaquín Rábago.

Planear golpes de Estado parece lo más normal para EE UU

Si una cosa tienen algunos políticos estadounidenses, a diferencia de los de otras latitudes, es la claridad con la que se expresan a veces, fruto tal vez de saberse intocables.

Así, hace unos días, John Bolton, exconsejero de Seguridad de Donald Trump, se jactaba en conversación con un periodista de la emisora ‘CNN’ de haber ayudado a planear más de un golpe de Estado.

La conversación giraba en torno a si la intentona de Trump de seguir en el poder, pese a haber perdido las elecciones, con ayuda de la turba que asaltó el Capitolio equivalía o no a un golpe de Estado.

Bolton, halcón donde los haya, lo negó y lo argumentó desde la experiencia de alguien que, como dijo con total tranquilidad, “ha organizado golpes de Estado en otras partes”.

Por cierto que el periodista que le entrevistaba no pareció inmutarse inmediatamente por tal confesión, como si la injerencia de la superpotencia en la política de otros países le pareciera totalmente normal.

He recordado tan significativa entrevista al leer esta semana en el semanario alemán ‘Der Spiegel’ otra con Henry Kissinger en la que el ex secretario de Estado norteamericano habla de algunos golpes y guerras en los que participó su país.

Acaso el más conocido de los primeros, y entre los más trágicos por sus consecuencias, fue el que llevó a cabo en 1973 el general Augusto Pinochet contra el Gobierno democrático de Salvador Allende.

A pesar del tiempo transcurrido, Kissinger no es capaz de expresarse con la misma sinceridad que Bolton y atribuye el derrocamiento del Gobierno de Unidad Popular a “acontecimientos internos” de Chile.

“No estábamos contentos con su llegada (la de Allende) al poder. Pero en el momento de su derrocamiento se habían distanciado de él todos los partidos democráticos del Parlamento chileno. Es lo que creó las condiciones para el golpe militar”, explica.

“No estábamos contentos con su llegada (la de Allende) al poder. Pero en el momento de su derrocamiento se habían distanciado de él todos los partidos democráticos del Parlamento chileno. Es lo que creó las condiciones para el golpe militar”

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Kissinger justifica también la invasión ilegal de Irak para eliminar a su presidente, Sadam Husein, y explica hoy que había motivos “racionales y morales” para deshacerse de él.

El único “error analítico” fue, en su opinión, “querer gobernar luego Irak como habíamos gobernado la Alemania ocupada. No eran comparables las dos situaciones, y la ocupación (de Irak) superó nuestras capacidades”.

El hoy casi centenario Kissinger se muestra más prudente en lo que se refiere a la guerra de Ucrania y se dice en desacuerdo con quienes abogan por aprovechar ese sangriento conflicto en suelo europeo para dar a Rusia una lección que nunca olvide.

“La democracia, argumenta, es para mí el sistema (político) más deseable, pero convertirlo en principal objetivo de las relaciones internacionales solo conduce a un impulso misionario”.

Y la consecuencia, agrega el veterano político y diplomático, puede ser “un conflicto como la guerra de los Treinta Años (1618-1648)”, que involucró a la mayoría de las potencias europeas de entonces.

Cree Kissinger que hay que llegar a un alto el fuego en Ucrania y que podría utilizarse para ello la línea divisoria previa a la invasión rusa.

El 2,5 por ciento del territorio del Donbás controlado en ese momento por los rusos y la península de Crimea, anexionada por Moscú, serían objeto de ulteriores negociaciones.

Preguntado por la posibilidad de que China decida un día atacar a Taiwán, que Pekín considera parte de su territorio nacional, Kissinger dice que China solo utilizará toda su potencia militar contra la isla si llega a la conclusión de que no puede resolverse el conflicto pacíficamente, pero aún no se ha llegado ahí.

Kissinger establece, sin embargo, una diferencia entre los casos de Ucrania y Taiwán. “La especificidad del conflicto de Ucrania, explica, es que allí se enfrentan dos potencias nucleares (EE UU y Rusia) con armamento convencional en un país tercero”.

“Un ataque a Taiwán, por el contrario, arrastraría a China y a EE UU a un conflicto directo, y además, desde el momento inicial”, advierte el principal artífice de la aproximación de EE UU a la China de Mao con el republicano Richard Nixon en la Casa Blanca.

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