Opinión | Crónica Política

El oleaje

Es más que posible que tengan razón todos cuantos se dedican estos días a analizar las posibles causas de la ola de incendios que, otra vez, asolan buena parte de la Península, con Galicia de nuevo, aunque en compañía de otras comunidades, como referencia. Y resucitan debates acerca de la previsión y la extinción y de nuevo se relaciona al evidente cambio climático con la terrible situación. Y hasta se vincula –en un alarde de “imaginación”– a otra ola, la de calor, con lo que está pasando. Y los galaicos originarios del rural, que sí saben bastante sobre montes, se hartan de repetir que este del fuego forestal es un problema de difícil, sino imposible, solución mientras no se hable menos y se haga más.

(En este punto, sin ánimo de molestar, seguramente procede citar el extraño modo en que el señor presidente del Gobierno de España establece el orden de responsabilidades por los daños que azotan a la mayor parte del territorio. Establece, como es sabido, que ni a él ni a su equipo corresponde alguna (responsabilidad) y, para dejarlo claro, cita a los presuntos causantes. La crisis del 2008/2012 fue cosa de los bancos, elemento vital del capitalismo explotador; la pandemia, de las circunstancias; la inflación, de la “guerra de Putin”; la escasez de materiales, a la dejación de los países prósperos para atender a sus necesidades y, en fin, los incendios, al cambio climático, ¿Y la Política? Cómoda, gracias.)

Se deja escrito lo anterior con ironía porque, respetando otras opiniones, resulta evidente que para don Pedro, todo lo que pasa es “culpa”, directa o indirecta, de cualquiera menos suya. Y bien sea la séptima ola del coronavirus, la enésima de los fuegos forestales, el trigésimo aviso del clima o los indicios de la agresividad rusa –incluyendo la segunda anexión por la fuerza de península de Crimea y la guerra soterrada en el Dombás–, nada corresponde, en cuanto a su responsabilidad a él y los suyos. Lo mismo que, en estas horas, tampoco lo es la súbita aparición de dolencias que han determinado las dimisiones de Dolores Delgado, fiscal del Estado, o de Lastra, número 3 del PSOE.

Esas renuncias, según opinan los observadores más conspicuos de la temática política del país, son avisos otra ola, y de un posible tsunami en el interior del socialismo español después de la recomposición del centro/derecha con el “efecto F” de Feijóo y la descomposición progresiva de la izquierda a causa del otro, el “efecto S” de Sánchez: a buen entendedor, pocas palabras bastan. Y es que afrontar el “oleaje” que está batiendo España –y eso que no se ha citado la recesión económica que algunos entes de prestigio advierten– se necesita algo más, por no decir mucho más, que una ideología inquisitorial desde un segmento social que se autodefine “progresista”. Curiosa contradicción: c´est la vie.

Quizá quepa una última observación. Es posible, aunque no probable, que los incendios, como las pandemias o el cambio climático, puedan resolverse mediante políticas en las que el principio básico se resuma en el “cada palo que aguante su vela”. Pero, por seguir con los términos marineros, podría ocurrir otra desgracia: que se rompiese algún mástil, lo que requeriría un esfuerzo conjunto y en un capitán solvente y con experiencia. Y en Europa, ahora mismo, eso no abunda.

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