Opinión | Billete de vuelta
Adriana y Miguel Mihura
En esa dimisión, se quiera reconocer o no, hay tomate
Si Miguel Mihura, campeón dramaturgo del enredo literario, mantuviera a día de hoy activa “La Codorniz”, sin duda se vería tentado a narrar el sainete de la sorpresiva dimisión de la hasta el lunes plenipotenciaria Adriana Lastra, la asturiana que escaló más alto la montaña de Ferraz. La comedia podría titularse “El caso de la mujer embarazadita”, en alusión a una de las obras maestras del citado autor.
Sabemos que Adriana saldrá de cuentas en unos meses y que sobrepasados los cuarenta cualquier embarazo es de riesgo. Y que sus desvelos en la sede del partido, tras la estrepitosa pérdida del feudo andaluz, no dan para llevar una preñez tranquila. Todo eso es cierto y hay que desear de corazón a la riosellana que el estado de buena esperanza le resulte apacible, pues no existe mayor satisfacción que alumbrar un retoño, y cualquier otro empeño no le llega a la maternidad ni a la altura de la uña del dedo gordo del pie izquierdo.
Ocurre que no parece este miura de las que se echan a un lado por mucho que le pese el bombo, de las que guardan silencioso mutis en lugar de pedir la baja reglamentaria, como haría toda hija de vecina. En esa dimisión, se quiera reconocer o no, hay tomate. Y no de Orlando.
En los mentideros políticos se cuentan desde hace meses detalles de los desencuentros de la asturiana con Santos Cerdán, el secretario de Organización, al que Sánchez puso como contrapeso al poder de la recién dimitida. O sea, que el embarazo de Lastra les ha venido de perlas a todos para adornar el carrito del bebé y enterrar una crisis interna dentro de un partido que requiere con urgencia de viraje. Así que aquí paz y después gloria, que si la tranquilidad y el reposo le convienen a cualquier futura mamá primeriza y veterana, más aún a una sometida a esquivar andanadas y puñales.
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