Uno de los datos que más llama la atención cada vez que una encuesta seria advierte sobre el creciente efecto de la crisis demográfica es la unanimidad en la respuesta verbal y la ausencia casi absoluta de medidas para atajar el problema. Algo especialmente grave si se tiene en cuenta que conseguirlo será cuestión de generaciones y, por tanto, cuanto más se tarde en abordarlo de verdad, la salida quizá no llegue a tiempo. Y conste que lo que está en juego no es, ni más ni menos, que la supervivencia de Galicia como país activo, capaz de proporcionar futuro a su población y de influir, por peso, historia y talante, en los asuntos de “Estado”, en los que hay que hace falta número.

Ocurre que sobre este asunto se ha dicho y escrito mucho, pero se hizo poco y por tanto insuficiente. Cierto que para un problema global –salvo en los países sub o en desarrollo, que los tienen peores, entre otros el de la superpoblación y la imposibilidad de alimentarla– se necesita una política común pero adaptada a las diferencias y que de eso, en la Europa actual, no existe, como tampoco hay alguna de trascendental importancia. Pero al igual que la hora de hablar ya pasó y urge que llegue la de hacer, procede reclamar de cada Gobierno que, en el marco de la posibilidad y mientras llega otro, entienda que la demografía urge una actuación transversal y poli/funcional.

Debe iniciarse, desde la lógica, llenando el hueco en la población, y eso pasa por una reglamentación sensata de la cuestión migratoria. Galicia precisa de gente que aporte trabajo, a la que puede dotarse de formación desde la convivencia. No se trata de segregar, sino de aceptar lo que se necesita y tratar con humanidad, sin caer en el efecto llamada, a los demás. Y es preciso fomentar el retorno, con más ímpetu y recursos de lo que se ha hecho hasta ahora: este país tiene fuera, y permítase la expresión sólo en términos coloquiales, una reserva humana cualificada en todos los sentidos y útil para aportar de inmediato. Pero es condición sine qua non que se la “tiente” para volver.

En este punto puede objetarse que la dimensión de la tarea es enorme, y que es probable que el momento actual, de crisis confluyente en una tormenta perfecta, no sea el idóneo. Pero aún así hay que emprenderla en serio desde una óptica transversal. Porque todos los departamentos gubernamentales, en los diferentes niveles, tienen que coordinarse y colaborar. Para impulsar el crecimiento poblacional. Hay que proporcionar viviendas asequibles, salarios dignos y empleos realmente estables e indefinidos, y no con esa especie de “farol” que –una vez más– la señora Díaz pone en circulación para ver si alguien “pica”, y también lo es que resulta un desafío impresionante.

Conviene insistir en la gravedad del asunto. Y no es una cuestión recurrente, sino pendiente, por lo inaceptable que es, sin ir más lejos, asistir más o menos impasibles a la desaparición no ya de pequeñas aldeas aisladas, que es muy grave, sino al “vaciado” de Concellos, como con frecuencia se pone de manifiesto en este periódico. Todo ello exige, desde luego, lo ya citado: políticas decididas, trasversales y coordinadas. Y habrá que dedicarle cuanto se pueda, pero no sólo con programas que se saben insuficientes y que resultan muy agradables de escuchar y/o leer, pero que apenas llegan a eso: es hora de hablar menos y hacer más. Aún queda tiempo, pero no demasiado.