A raíz de la reciente muerte de José Luis Balbín algunos recordaron la importancia que tuvo su programa ‘La clave’ en la madurez de una incipiente democracia española, tan necesitada de tertulias políticas en las pudieran exponerse sin temor el pensamiento crítico, la diversidad ideológica y la sofisticación intelectual. Cualquiera puede ver alguno de aquellos programas en YouTube, tanto los de la primera etapa en TVE durante los años de la Transición como los de la última etapa en Antena 3 al comienzo de la década de los noventa, cuando el hegemónico PSOE de Felipe González comenzaba una larga crisis debido a los múltiples casos de corrupción, y podrá sorprenderse al observar, primero, el tiempo del que gozaban los invitados para presentar sus argumentos y, segundo, del interés que debían de tener los ciudadanos para escucharlos.

Tanto es así que de las intervenciones de Antonio García-Trevijano en un solo programa se ha hecho una recopilación que, por su extensión y nivel académico, constituye en sí misma una breve conferencia. Ahí tienen al fundador de la Junta Democrática, ya bien entrada la madrugada, citando a David Hume y criticando la partitocracia mientras ensancha sin interrupciones ni cortes publicitarios unas interesantes y nada televisivas digresiones teóricas sobre la democracia representativa. Quienes se prestan a este tipo de colaboraciones ahora están obligados a sintetizar en unos pocos minutos su opinión sobre temas variados con independencia de la complejidad que éstos puedan albergar a fin de evitar una supuesta caída en las audiencias. El programa de Balbín logró prestigio y credibilidad gracias a la seriedad que proporcionó a un medio en el que, según los gurús del negocio, solo parecía funcionar el sensacionalismo y el espectáculo.

Al realizar un pequeño recorrido por esa prehistoria de la televisión en España, uno puede comprobar también que, aunque el formato y el estilo varían considerablemente, muchos de los asuntos abordados entonces nos resultan bastante familiares ahora: la corrupción de los grandes partidos, las dos almas del PP, el papel de la prensa en una democracia, las conspiraciones, la OTAN, el Valle de los caídos, los nacionalismos periféricos, los éxitos y fracasos de la Transición, etc. Seguimos lidiando con problemas y polémicas similares, perdiéndonos en el mismo laberinto. En aquellas tertulias, sin embargo, generalmente se hablaba y se dejaba hablar. Unos cuantos cambios se han producido en el panorama mediático desde la era Balbín acompañados de una profunda decadencia de las élites. No se extraña en absoluto aquel periodo político, pero sí las formas que exhibían los tertulianos. Existía, quizás, una cierta ingenuidad a la hora de ejercer la profesión. La curiosidad primaba sobre las certezas; la sustancia sobre la controversia. Tras ver el programa a uno le queda la sensación de haber sido tratado como un adulto. Es que no se hacía televisión pensando en lo que los espectadores demandaban sino en lo que los espectadores merecían.