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Santiago Lago Peñas.

El fin de curso en los institutos: un caos que no se puede repetir

El sistema educativo es un asunto fundamental para una sociedad. Por eso, es un vector que requiere estabilidad legislativa, consenso político, recursos, buena planificación y experimentos controlados. Desgraciadamente, en España fallamos claramente en las dos primeras cuestiones. Nuestros partidos tienen la mala costumbre de pretender cambiar el sistema al ritmo del ciclo electoral y sin acordar con los demás. Es un problema pendiente y reiteradamente denunciado que, por desgracia, no parece que vayamos a solventar a corto plazo.

En cuanto a la tercera pata, la realidad depende mucho de la comunidad autónoma de referencia: algunos gobiernos dedican más recursos que otros, pero las necesidades educativas son diferentes. En particular, el porcentaje de niños y jóvenes de origen extranjero y con manejo deficiente del castellano obliga a gastar más para atender bien al conjunto de los alumnos. En parte, eso explica por qué Galicia muestra resultados educativos claramente mejores que la media, a pesar de que el gasto por estudiante es similar a la media, una vez que corregimos por el sobrecoste del transporte escolar y los comedores que provoca la dispersión poblacional.

Y así llegamos a la planificación y los experimentos. Hemos pasado dos años dificilísimos y en los que profesores, responsables de gestión, padres y alumnos hemos tenido que adaptarnos y replanificar en tiempo real. Mi impresión general es que lo hemos hecho razonablemente bien.

En cambio, me sorprende lo mal que hemos resuelto el cambio en el calendario escolar en la enseñanza secundaria; en particular, la eliminación de los exámenes de septiembre. Sin haberlo puesto en práctica previamente en algunos centros para ver cómo funcionaba, hemos adelantado tres semanas el final de curso efectivo. El resultado es que los estudiantes que han superado las materias sin necesidad de segunda oportunidad han perdido tres semanas de formación. Y en el caso de los que necesitaban esa oportunidad adicional, no está claro que les hayamos dado tiempo suficiente para recuperar.

Ha sido un fracaso frente al que no caben paños calientes y ante el que hay que pensar ya qué haremos el año que viene. Porque no es admisible que lo de este año se repita y porque el calendario escolar 2022-2023 para centros educativos sostenidos con fondos públicos aprobado amenaza con más de lo mismo. No puede ser que, de repente, nuestros hijos conviertan la décima parte del tiempo de clases para, literalmente, jugar a las cartas y al Monopoly o pasarse toda la mañana pegados al móvil. Algo que, por cierto, no ha pasado en los centros privados no concertados.

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