Ayer escuché a Guillermo Fesser decir que la felicidad se concentra en dos momentos, cuando tu padre se da la vuelta para guiñarte un ojo y cuando tú te das la vuelta y le guiñas un ojo a tu hijo.

Uno de los míos nos arrastró a Londres este fin de semana al concierto de su cantante favorita, Billie Eilish. Fuimos arrastrados pero contentos, que es muy de padres quejarse y luego disfrutar más que nadie. No les guiñé el ojo en todo el viaje porque tienen esa edad a la que da un poco de miedo ser su madre. Han dejado de ser niños y también adolescentes. Son mayores de edad, pero poco. Pienso que si lo hago invadiré su espacio y me dirán que estoy “padreando”, que soy boomer o que eso se hacía en el mil novecientos. Quizás un día consiga la clave y serán ellos quienes me guiñen el ojo de vuelta y así tendré por fin una señal de que siguen ahí. Porque lo cierto es que en ocasiones los miro y parecen muy solos, como si acabasen de llegar, como si no reconocieran su casa.

Por mi parte voy tomando cada vez más consciencia del síndrome del nido vacío, que unas veces me hace sentir libre y otras veces me hace sentir lo contrario. Y en el caso de mis hijos, supongo que se han dado cuenta de que su inglés es mejor, que las aplicaciones de su móvil son más útiles para llegar a los sitios que mi manía de preguntar y de que si sus padres aplauden cuando el avión aterriza o comentan sus fotos en Instagram, mejor emigrar o darse por muerto.

En estos días, mientras corríamos por el metro de Londres, me di cuenta de que mis hijos ya no son esos niños que levantaban la vista buscando mi mano para no perderse. La parte buena es que tampoco miraron hacia atrás por si la perdida era yo. Supongo que tenemos una edad intermedia, sus 18 y mis 50, en la que simplemente no sigues a nadie, ni nadie necesita seguirte a ti.

Pensaba también durante el concierto, en una frase de Jules Renard con la que es muy fácil identificarse a partir de los cincuenta, “He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con las ruinas”. Tengo claro que ahora son ellos quienes construyen en el aire esos castillos increíbles, mientras yo sueño que leen a Renard y que no se conforman.