A propósito de una iniciativa legal para erradicar el proxenetismo escribí un artículo (“Sobre las casas de lenocinio”) en el que criticaba la excesiva ambigüedad en la redacción de un texto que permite amplio margen de actividad mercantil a los explotadores de mujeres. Aunque no por ello deja de ser un avance respecto de cualquier otra regulación anterior.

En la monarquía, el rey Alfonso XIII pasaba por ser un asiduo putero, una afición que compartía con el general Primo de Rivera, el militar que fue su hombre de confianza durante los ocho años que duró la llamada dictablanda. Con el advenimiento de la Segunda República empezó a saberse que el penúltimo de los Borbones, además de putero, era el principal productor de películas pornográficas del reino.

Luego, vinieron el golpe de Estado del 18 de julio, la Guerra Civil, la derrota de la República, el doloroso exilio de una parte de la población, la larga Dictadura de casi cuarenta años y la monarquía instaurada por el general Franco.

"A los legisladores republicanos les faltó tiempo para que prosperase la reforma de una actividad que ahora ha convertido en esclavas a cientos de mujeres en todo el mundo"

En los años republicanos hubo muchas –y bienintencionadas– iniciativas legales para introducir las reformas que precisaba un Estado que intentaba dar un salto enorme hacia la modernidad democrática. Tarea difícil y peligrosa frente a una opinión pública reaccionaria y con los principales resortes del poder en sus manos. Y entre esas iniciativas estuvo la de erradicar la prostitución que hasta entonces se practicaba en régimen de tolerancia y con la exclusiva finalidad de controlar, en lo posible, las enfermedades venéreas.

A los legisladores republicanos les faltó tiempo para que prosperase la reforma de una actividad que ahora ha convertido en esclavas a cientos de mujeres en todo el mundo. Una industria que rinde enormes beneficios económicos a los intermediarios que la controlan. El panorama, aterrador, ha impulsado a dos magníficos periodistas, Reyes Rincón y Xosé Hermida, a escribir un amplio y esclarecedor reportaje en el dominical de El País. Lo he leído con mucho gusto, pero con el aliciente de encontrar referencias a un tío abuelo mío, Manuel Rico Avello, que fue dos veces ministro de la República y Alto Comisario de España en Marruecos.

Yo no llegué a conocerlo porque fue asesinado por unos anarquistas en Madrid en los primeros momentos del alzamiento militar. Lo que sí le he oído decir a mi tía abuela Castora Rico Rivas en la casa familiar de Luarca es que tuvo que reconocer el cadáver de su marido por la dentadura en un enterramiento de la Casa de Campo.

El texto que rescatan de su intervención en el Parlamento dice así: “Es un hecho monstruosamente claro que este Parlamento que ha otorgado a la mujer la plenitud de derechos políticos muy recientemente –y acaso muy prematuramente– no se ha cuidado hasta el momento presente de suprimir esa institución nauseabunda que se llama prostitución reglamentada. Es necesario, es indispensable, es urgentísimo, el acabar con esa supervivencia de la esclavitud”. No se puede decir ni más alto ni más claro. Tenía bien ganada fama de excelente jurista.