Tras los últimos tiroteos en Buffalo y Uvalde, varias estrellas de Hollywood han publicado una carta abierta en la que sugieren que la industria cinematográfica ha de tomar medidas para frenar esta “epidemia de violencia”. Dicen que no han causado el problema, pero que pueden contribuir a solucionarlo. El texto, cargado de buenas intenciones y obviedades, es un despropósito. En él se reconoce que la única manera de provocar un cambio real es controlando legislativamente la posesión de armas de fuego mientras se le atribuye al storyteller el poder de transformar la sociedad con sus ficciones. Si aceptáramos esta cuestionable premisa, habría que asumir entonces una ineludible responsabilidad previa: la influencia se ejerce para el bien y para el mal. Un gran poder, como le advirtieron a Spiderman, conlleva una gran responsabilidad. De ese modo, con el cine se hubiera podido salvar unas cuantas vidas y hasta ahora (por inmovilismo, falta de compromiso o ideología) no se ha hecho nada al respecto.

En una entrevista con Phil Donahue a mediados de los años setenta, John Wayne, quizás refiriéndose a Sam Peckinpah, se lamentó del uso que por aquel entonces algunos directores hacían de la violencia recurriendo a la cámara lenta en los planos donde se mostraba una gran cantidad de sangre. Donahue le recordó a Wayne que él había matado a un buen número de personas en la pantalla. Pero el Duque insistía en que lo suyo era claramente una ilusión, una mentira; no se mostraban las consecuencias reales del disparo. Para el actor hacer lo contrario era “de mal gusto”. Wayne, sin embargo, era un libertarian, y se oponía a la censura.

Wes Craven y Sean S. Cunningham, después de contar los muertos que caían al estilo de John Wayne en una película de Clint Eastwood, decidieron rodar en 1972 La última casa a la izquierda, donde la cámara permanecía inmóvil en las escenas violentas: vísceras, sangre y violación. Ellos sí estaban interesados en las consecuencias. Aquello fue un escándalo. No es una película fácil de ver. Sin embargo, años después, en el festival de Sitges, Craven salió de sala de cine en la que proyectaban la película Reservoir Dogs, de Quentin Tarantino, cuando Michael Madsen se disponía a cortarle la oreja al policía. “Es demasiado real”, le dijo a Stuart Gordon, director de Reanimator. La violencia, como el humor, afecta de una manera muy subjetiva. Lo que a uno le parece repulsivo a otro le parece hilarante. Y viceversa. Gordon cuenta que estuvo tentado de decirle a Craven que se trataba tan solo de una película. Esa era la frase que aparecía en el cartel promocional de La última casa a la izquierda. “Es solo una película. Es solo una película. Repítelo una y otra vez”. El cine suele reflejar las ansiedades de los tiempos, pero no las genera.