Una de las constantes de estos tiempos difíciles es el reiterado anuncio de que los que vienen serán todavía peores. Algo probablemente cierto, pero que no contribuye a sosegar el espíritu ciudadano que, según una antigua doctrina política, ha de ser el principal objetivo de los gobernantes. Quizá por eso sea el momento oportuno para una reflexión lo más serena posible acerca de lo que pudiera, de llevarse a cabo, insuflar algo de optimismo a la ciudadanía. Por ejemplo, en lo económico y la situación del sector en Galicia, sobre el que la Xunta viene de adoptar una medida en apariencia solo estructural, pero –en opinión personal– con una lectura profundamente política.

Y es que, desde esa óptica, significa un paso fundamental para enfocar, y resolver, los problemas actuales e inmediatos: se trata de la conjunción en la Vicepresidencia de la Xunta de todo cuando se relaciona con la economía en general, y en particular la creación de una Secretaría Xeral de Industria, de mayor rango que hasta ahora, y se encargará al completo de la coordinación de actuaciones en un sector estratégico clave para este Reino y que atraviesa situaciones especialmente complicadas. De hecho, el empresariado gallego ha reiterado advertencias sobre un futuro que, de no reaccionar, pronto, plantea más disgustos que alegrías. Y el país no puede permitirse eso, y su gobierno, menos.

Hay otro dato, también del Consello y acaso poco atractiva para el gran público, pero que, si se desarrolla como parece la intención de quien la ha tomado, que es el presidente Rueda, significará una mejora notable para la gente del común. Se trata de la aparición de un departamento “para la simplificación administrativa” que, desde un punto de vista particular, equivale a anunciar la tantas veces reclamada –por casi todos– reforma de la Administración. O sea, la agilización de las tramitaciones, martirio para quienes acuden a las ventanillas públicas para cualquier tipo de gestión. O para una iniciativa que suponga inversión aquí y que el “vuelva usted mañana”, aun informático, espanta.

La esperanza no se agota en lo “práctico”, solo que en otros terrenos resulta de mayor complejidad porque depende de las intenciones reales de los protagonistas. Se trata de la reiteración del jefe del Ejecutivo autonómico de su disposición a un diálogo “fluido y frecuente” con la oposición, que de momento parece haber elegido la vía epistolar por más que no parezca la mejor para debatir posibles acuerdos. Siempre difíciles, porque un gobierno democrático, elegido para que ejecute su programa, único o de coalición, tiene en la lógica política –si es que existe– la obligación de aplicarlo. Y la experiencia demuestra que eso “casa” muy mal con las pretensiones de sus adversarios.

Ocurre que la oposición pretende, por carta o de palabra, que se acepten en todo o en parte, posiciones que la mayoría de los votantes ha rechazado. Eso forma parte del juego de las negociaciones, y depende de la generosidad y talante entre quienes las realizan. En el caso de Galicia, nadie ha tirado la toalla de momento, y eso abre la perspectiva, a diferencia de lo que sucede en la política estatal. Ahí, la llegada a la presidencia del PP del señor Núñez Feijóo supuso un cambio casi radical de actitud con respecto a su antecesor: hoy por hoy el centroderecha ofrece pactos, y aún sin ellos ya sacó de apuros parlamentarios en un par de ocasiones al PSOE, aunque el Gobierno mantiene la cerrazón del “no es no”, disimulado con el cuento de que son los otros los que no quieren acuerdos. Aunque al señor Sánchez de vez en cuando se le escapa lo que piensa y dice que “le estorba la oposición”. Por fortuna, ese no es la situación gallega: de ahí que sea posible todavía que la perspectiva mejore.