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Vuelva usted mañana

Gobierno imposible

Lo que no puede ser es imposible que sea. Y la realidad se impone al deseo. Asumirla es virtud. Los costes de negar la evidencia son inevitables si se persiste en el error.

No es posible gobernar sin gobierno, sin un gobierno dirigido por su presidente que, como dice el art. 98 CE, coordina la acción de los ministros. Un gobierno que solo puede ser uno, porque como bien establece el art. 108 de esa misma Constitución, responde solidariamente de su gestión política, no por los actos de cada uno de sus grupos internos.

Esa noción constitucional y lógica de un gobierno único, con una política bien definida, se ha debilitado y se ha hecho aparecer como normal por la constancia de la existencia de dos gobiernos paralelos, que actuaban hasta hace poco cada cual en función de sus criterios e intereses electorales; pero, ahora, tras la fractura en el seno de UP, con una Yolanda Díaz que persigue su propio objetivo, son ya tres los gobiernos que conforman el Gobierno y que no mantienen precisamente relaciones cordiales.

Cuando España se enfrenta a una crisis económica que puede llegar a arrasar todas las previsiones y parece inevitable tomar medidas impopulares, no es la mejor noticia un Gobierno que pugna por salvar sus propios muebles y que se mueve en atención a las encuestas y sin mirar el futuro, que no es muy halagüeño.

No se trata de repetir una y otra vez que los adversarios son extremistas, peligrosos y radicales. No es esa la idea que debe presidir la crítica, pues lo cierto es que todos y cada uno de los partidos que están representados a nivel parlamentario cuentan con el apoyo de los ciudadanos que los han votado. Y poco democrático es despreciar al votante que vota libremente a quien prefiere. Clasificar y calificar a los votantes es un acto de soberbia e intolerancia.

El problema no es la adscripción ideológica, la disparidad de partidos que conforman el Gobierno y sus aliados, tan variopintos, como apegados a fines muy particulares, entre los que el bienestar de la nación, entendida como conjunto de ciudadanos, no parecen ser prioritarios. El problema es la imposibilidad de conjugar a todos ellos alrededor de unos objetivos básicos y mínimos que hagan frente a la situación y que, por el contrario, el PSOE haya de apartarse de estos para satisfacer demandas que no son compatibles con lo que exigiría un buen gobierno. Que no se gobierne, sino que se pacte con el objetivo primordial de mantenerse.

Un imposible gobernar en estas condiciones que, seguramente, no lo sería tanto en momentos de calma, de estabilidad, pero que cuando el mundo se mueve en un torbellino que nadie sabe cómo acabará y de qué modo, debe afrontarse con la responsabilidad obligada por el objetivo del bien común.

“La sociedad española no es tan mala como para necesitar ser reeducada y ofende que lo quieran hacer”

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La sensación de desgobierno es general y, cuando ello sucede, no hay quien frene una sensación que solo puede ir a más. El clima internacional y la posición española, debilitada y escasamente identificable, cambiante cada día, no van a contribuir a minorar un estado de ánimo que, como siempre ha pasado, ha arramblado con quien no lo ha querido ver y sus siglas.

El PSOE puede ser el gran damnificado. Y no son buenos tiempos para la socialdemocracia, por su culpa, por su dejación de los elementos que la definían y su adscripción ideológica a la nueva moral que no ha llegado a calar en la vida corriente de la gente corriente. Era, probablemente, el partido más cercano a la ciudadanía española, pero hoy se ha distanciado de esa proximidad, al no coincidir sus discursos con los problemas cotidianos y la forma de ser de la inmensa mayoría a la que, aparentemente al menos, exige cambiar para ser otra cosa. Cambiar a todos en lugar de identificarse con la mayoría es asumir el riesgo de no representar a esta.

Un partido no es solo una sigla. Esta es una herencia histórica y un legado que mantiene fuerza y valor. Pero, cuando ese partido deja de parecerse a lo que es, poco a poco va diluyéndose un apoyo que pasa a quienes se mantienen en la cercanía de lo cotidiano.

El PSOE ha dejado al PP y a Vox ser quienes representen a la inmensa mayoría de la clase media, el motor social y mayoritario, sin darse cuenta de que perder el centro es perder el futuro.

El PSOE debe seguir siendo un partido fuerte en España, un partido representativo de la sociedad, pero, para ello, ha de recuperar su lugar, que no es el de quienes siempre estuvieron ahí en lugares más extremos. Intentar coaligarse con ellos, como quiso Zapatero y mantiene Sánchez, sirve para hoy, pero ciega el futuro.

Cada día que pasa, cada día en el que la pugna en el Gobierno se reproduce, cada medida ideológica de carácter presuntamente ético, constituyen obstáculos para la recuperación de un partido cuyo éxito, en los ochenta y noventa residió en ser eso, el más español en sentido amplio, el más centrado, el más representativo de nuestra idiosincrasia. Y así fuimos reconocidos en el mundo a la vez.

La sociedad española no es como creen quienes quieren hacer de ella otra distinta. No es tan mala como para necesitar ser reeducada y ofende que lo quieran hacer. Es como es y necesita, como todas, ser gobernada por quienes atiendan a sus necesidades más ordinarias y urgentes y la respeten.

*Catedrático de Derecho Procesal

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