Este fin de semana leí el nuevo libro de Milena Busquets, “Las palabras justas”. Un diario sin prólogo sobre su vida en el año 2021. Existen libros, igual que existen personas, que te encantan sin saber por qué. Esas veces en las que tu gran argumento a favor de una persona, libro, película o lugar es un simple “no sabría decirte, pero tiene algo”. Cuánto tienen los que tienen algo.

Quizás no voy a encontrar razones habituales para argumentar que me encantó su libro. Razones del tipo es sagaz, oportuno, educado, divertido. Es como si tuviera que justificar de un modo intelectual por qué me gustan los helados y sólo supiera decir que me recuerdan al verano, que refrescan, que sonrío mientras, que no quiero que se acaben, que siempre me saben a poco. Ahora que lo pienso igual el libro de Milena más que un libro es un helado.

Uno de mis amigos dice que le gusta un libro o un artículo cuando encuentra frases en las que se quedaría. En el diario de Milena Busquets me quedaría con todo porque lo leí sin necesidad de subirme a nada para alcanzarla. Varios años después de leer “También esto pasará” sigo pensando en la vieja chaqueta de su madre y sigo queriendo estrangular a la señora del tinte que se la devolvió “como nueva”. Y ahora, en “Las palabras” justas, me engancharía con cada párrafo sobre sus hijos adolescentes, sus novios, con su forma de jugar, con su manera de parecer pretenciosa y no serlo en absoluto. Me quedaría en su sencillez, en esa elegancia compatible con decir la verdad.

La escuché una vez en un pódcast “El hotel Jorge Juan” con Javier Aznar. Le preguntaron cuál era su idea de felicidad perfecta y contestó: “Estar enamorada”. Todas las semanas escucho el nuevo episodio de ese programa y la misma pregunta se repite con cada invitado. Las respuestas suelen girar en torno a ideas o conceptos parecidos: tomar el aperitivo al sol con amigos, un sábado de peli y manta, mecerse en una barca en medio del mar, todo bastante tranquilo. Pero Milena no, Milena se enamora.

Por eso su último libro es genial, porque al cerrarlo piensas: “Esta tía lo ha entendido todo. No hay más”.