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Joaquín Rábago.

¿Se debe la prosperidad alemana a la desgracia ajena?

Primero fue la guerra de Ucrania, que ha puesto en cuestión la dependencia alemana del gas ruso, y ahora, las denuncias de las graves violaciones de los derechos humanos en Sinkiang por parte de China, el mayor socio comercial de Alemania.

El diputado de los Verdes alemanes Anton Hofreiter no se anda con tapujos: “La prosperidad alemana se debe a que compramos materias primas baratas a una dictadura, Rusia, para fabricar luego productos que vendemos a otra: China. Eso tiene que acabar” (1).

Ningún país de la Unión Europea está tan interconectado económicamente con China como la República Federal Alemana: al principio, Alemania era económicamente el más fuerte de los dos, pero ahora es al revés.

La República Federal es actualmente sólo el sexto socio comercial de China, mientras que China es desde hace ya ocho años el más importante para Alemania.

Numerosas empresas germanas como Siemens, Volkswagen, Daimler o BASF apostaron fuerte desde el principio por el gigante asiático. Pero no solo las grandes compañías, sino también muchas otras empresas de tamaño medio y de suministros vieron allí una oportunidad de negocio.

En las tres últimas décadas, las exportaciones alemanas a China crecieron, según Der Spiegel, en más de 4.700 por ciento. Y tras la crisis financiera de 2008, la economía germana se aprovechó de los multimillonarios programas de infraestructuras de Pekín.

La rápida recuperación china tras la pandemia del coronavirus salvó a la economía alemana de una caída mayor que la que sufrió finalmente.

Los industriales alemanes solían deshacerse en elogios de los constantes progresos de China, de la modernización de sus infraestructuras, del lanzamiento por el régimen de Pekín de la Nueva Ruta de la Seda.

"La nueva coalición de socialdemócratas, verdes y liberales, que preside Olaf Scholz, pretende ahora colocar el respeto de los derechos humanos en el centro de las negociaciones con China"

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Pero ocurrió que China se fue rápidamente independizando de la tecnología importada y creando su propia tecnología en perjuicio de la alemana: ocurrió primero con la industria de los paneles solares, luego con los trenes de alta velocidad: ambas, fuertemente subvencionadas por Pekín.

Como en el caso de Rusia, los sucesivos Gobiernos alemanes, ya fueran cristianodemócratas que socialdemócratas, creyeron en el famoso eslogan “Wandel durch Handel”, según el cual el comercio ayuda a transformar democráticamente los países.

Pero no ocurrió así en el caso de Rusia y de China, que evolucionaron en la dirección opuesta. Especialmente el segundo país, con su actual presidente, Xi Jinping, se ha tornado en un Estado que, gracias a los últimos avances tecnológicos, somete a la más estricta y constante vigilancia a todos sus ciudadanos. Algo que no parecía importar demasiado a los industriales de Occidente con fábricas o dependencias en aquel país, que preferían mirar siempre para otro lado.

Así, por ejemplo, el mayor fabricante de automóviles del mundo, la empresa alemana Volkswagen, vende en torno a un 40 por ciento de su producción y tiene una fábrica precisamente en la denunciada región de Sinkiang.

La nueva coalición de socialdemócratas, verdes y liberales, que preside Olaf Scholz, pretende ahora colocar el respeto de los derechos humanos en el centro de las negociaciones con China y reducir de paso la actual dependencia comercial del país asiático, como se intenta hacer con Rusia.

Las presiones en ese sentido vienen sobre todo de los Verdes, empeñados en una enérgica defensa, aunque un tanto sui generis, de los derechos humanos: como alternativa al gas ruso, han aceptado firmar un contrato con los Emiratos Árabes Unidos, que no son precisamente un ejemplo de régimen democrático.

En cualquier caso, a los tres partidos de la coalición les parece imposible la total desconexión de China, entre otras cosas porque, como explican, hay que contar con esa gran potencia económica si se quieren cumplir los objetivos de la cumbre de París sobre el cambio climático.

Al mismo tiempo, hay quienes se preguntan por qué han salido precisamente ahora, cuando hay una guerra comercial abierta entre EE UU y China, esos documentos filtrados que hablan de las graves violaciones de los derechos humanos de los uigures, algo que se conocía, sin embargo, desde hacía tiempo.

El personaje central en esta historia es un antropólogo y evangélico alemán llamado Adrian Zenz, que emigró con su familia a Estados Unidos y está a sueldo de una fundación anticomunista norteamericana de carácter privado: la “Victims of Communism Memorial Foundation”.

Zenz, que dice haber recibido de una fuente anónima los documentos del archivo de la policía de Zinyang, lleva ya tiempo dedicado a investigar las violaciones de los derechos humanos en esa región china y en el Tíbet.

Confiesa haberse sentido últimamente muy solo con su tema en Europa, al contrario de lo que le ocurre en Estados Unidos.

(1) Citado en la revista Der Spiegel

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