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Joaquín Rábago.

Churchill, un imperialista y racista de tomo y lomo

Winston Churchill, el político al que sus compatriotas consideran hoy, según una encuesta publicada por la BBC, “el más grande británico de todos los tiempo”, fue un imperialista y supremacista blanco de tomo y lomo.

A desmitificar al personaje que como primer ministro de su país pronunció el discurso más famoso de la Segunda Guerra Mundial, en el que ofrecía y pedía a los británicos “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, dedica un libro el escritor político y novelista Tariq Ali (1).

Churchill creía en la superioridad racial y civilizatoria del hombre blanco: durante toda su vida, escribe Ali, Churchill se sintió motivado por la necesidad de expandir y defender a cualquier coste, ya fuera militar o moral, el imperio británico. Era, según él, en beneficio de la humanidad.

Tenía problemas con la democracia, consideraba el sufragio de la mujer contrario a “la ley natural y a la práctica de los Estados civilizados” y aseguraba que se “opondría siempre con firmeza a ese movimiento ridículo” que era, en su opinión, el feminismo.

Fue en política interior un enemigo declarado de la clase obrera, que, a su vez, le odiaba, y mandó reprimir con la mayor dureza a los mineros en la huelga general de 1926.

Nacido en el seno de la aristocracia británica, Churchill se aburría en casa y buscó desde su juventud “aventuras excitantes” en el ancho mundo, primero como periodista “empotrado” en el Ejército británico y luego como responsable político, explica Ali.

Cubrió como periodista varias guerras, entre ellas la de los bóeres, en Suráfrica, raro conflicto entre colonizadores blancos: los británicos y los de origen holandés o afrikaneers.

Cubrió también la guerra independencia de Cuba, donde pensó lo feliz que habría sido esa isla si no la hubiesen intercambiado los británicos por Florida en 1763. Entonces sería, según Churchill, una “Cuba próspera y libre, con leyes justas y una administración patriótica”.

"Tenía problemas con la democracia, consideraba el sufragio de la mujer contrario a 'la ley natural y a la práctica de los Estados civilizados' y aseguraba que se 'opondría siempre con firmeza a ese movimiento ridículo' que era, opinaba, el feminismo"

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No mencionó, sin embargo, como nos recuerda Ali, que en el breve período de ocupación británica, Cuba importó a 10.000 esclavos para su industria azucarera.

En África, Churchill consiguió alistarse, pese a las objeciones de algunos mandos, como “teniente supernumerario” de los lanceros en la campaña de Sudán de 1898, donde demostró una vez más su total desprecio por los nativos, a los que consideraba “infrahumanos”.

Más cerca de casa, sus intentos de “aplastar a los nacionalistas” de Irlanda, entonces una colonia británica más, dejó en esa isla heridas que tardaron en cicatrizarse si es que ya lo han hecho.

Como estratega fue un desastre, y lo prueba la derrota sufrida en 1916 frente al imperio otomano por las fuerzas que mandaba, convertido ya en lord del Almirantazgo en Gallipoli, en la que los británicos, neozelandeses, indios, australianos e irlandeses sufrieron unos 115.000 bajas y los franceses que luchaban con ellos, unas 27.000. Los tucos perdieron a más de 86.600 hombres.

Fue enemigo implacable de la revolución bolchevique, a la que había que “estrangular en la cuna”. Ayudó al ejército zarista e intentó incluso que se utilizaran gases tóxicos contra las tropas que mandaba Trotski pese a estar prohibidos.

No ocultó nunca su preferencia por los líderes fascistas como Mussolini o Franco. Al primero lo calificó de “genio romano”, y Churchill fue clave en la consolidación del régimen franquista durante y tras la Segunda Guerra Mundial.

Su determinación de que Grecia no cayera en manos de los comunistas griegos, que habían opuesto la mayor resistencia al Ejército nazi, le hizo recurrir contra ellos a métodos que solo cabe calificar de “terroristas”.

Se le considera además uno de los responsables de la gran hambruna de Bengala de 1943 durante la administración de la corona británica, cuando Churchill era ya primer ministro..

El secretario de Estado para la India le pidió liberar las reservas de alimentos, a lo que Churchill contestó con un telegrama en el que decía que si tanto escaseaba la comida en la India, ¿por qué no había muerto aún Gandhi?

A la vista de esa accidentada carrera, en la que Churchill cambió además de partido político –fue liberal y tory–, y del rechazo de la clase trabajadora británica mientras estuvo en el poder, resulta difícil explicarse el culto que se le presta de un tiempo a esta parte.

Ali lo atribuye a la utilización que hizo del personaje la primera ministra británica Margaret Thatcher durante la guerra de las Malvinas con Argentina.

La líder tory se valió de su figura y su papel en la Segunda Guerra Mundial para movilizar a la opinión pública británica, siempre nostálgica de esa “Britania que gobierna las olas” y cuyos ciudadanos, como dice su himno, “jamás serán esclavos”.

(1) “Winston Churchill: his times, his crimes” (Ed. Verso)

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