Alguien, de entre la nutrida nómina de profesionales de la política que frecuentan los despachos de las diferentes administraciones, debería prestar atención a la noticia que FARO titulaba como “Tavares planta otra pica en África”. Y es que, al menos en opinión personal de quien escribe, su correcta interpretación ha de enfocarse como otro aviso, y van varios, del CEO de Stellantis, acerca de la poca atención de facto que quienes deberían hacer lo contrario le prestan a la factoría ubicada en Vigo. Y porque recuerda a los desmemoriados que el mundo industrial, y más en momentos como este, no se acaba en Europa, y que la globalización aporta nuevas y numerosas opciones para abaratar costes, tanto en producción como de personal.

Eso, aparte de los derivados de la burocracia que en diferente grado, pero de forma notoria, está constituyendo un lastre para la UE y sus socios. Además, claro, de la reflexión –preventiva– sobre la posibilidad de que la crisis económica y financiera que amenaza al viejo continente estalle en cualquier momento. Y es que las perspectivas cada vez más lejanas de recuperación, y las crecientes de que eso derive en más desempleo suponen una probable relocalización –en sus territorios nacionales o en otros con ventajas para abaratar costes– de grandes grupos industriales. Sumado todo ello, da fuerza a los avisos de que la sordera de quienes deberían moverse para afrontar esas amenazas se lleven un serio disgusto.

Sin la menor intención de aumentar una alarma que ya existe, no estorbaría recordarle a quien corresponde no olvidar lo que la reaparición de los tipos de interés en la deuda pública de los países más sensibles, como España, constituye otro aviso acerca del riesgo para el sector de la automoción gallego: el anuncio de que a multinacional ubicada en Galicia prevé una inversión en el Perte que no responde a las expectativas, y además se calcula en alianza con otra empresa. Los expertos en economía pueden interpretarlo con más acierto y exactitud, pero este dato puede significar poca fe en el futuro o, simplemente, disconformidad con las previsiones del plan. En todo caso, se sabrá pronto.

Sea como fuere, el horizonte es más gris que despejado y eso, para las gentes de la mar sin ir más lejos, suele indicar algún modo de tormenta. Tal como están las cosas, y echando mano del refranero, parece oportuno recordar lo de que “más vale prevenir que curar”, y en todo caso, lo que procede es actuar a tiempo ante cualquier revés que deba tenerse en cuenta. No hace demasiado, desde este periódico se insistía en que hay riesgos y peligros, que son dos niveles diferentes, ambos preocupantes, y que los indicios apuntan a que la industria gallega, con Stellantis en ella, anda ya por la segunda categoría, lo que obliga a los responsables a espabilar antes de que sea demasiado tarde.

Cuando se habla de responsabilidades conviene recordar que, en un Estado como España, de autonomías y competencias repartidas, nadie puede endosárselas a otros, porque todos tienen parte en ellas. Por eso el Gobierno del señor Sánchez ha de intervenir, y cuanto antes, como lo ha hecho en favor de la industria catalana, para recordar el caso, a pesar de que aparente creer que el Noroeste es una entelequia. O, peor todavía, considere que a la Xunta de don Alfonso Rueda corresponde poner manos a la obra de impedir que lo que hay en Galicia se reubique, se relocalice o se vaya a África o a Oceanía. Pero no hay excusa que valga: buena parte de las demandas de Stellantis, aparte de resultar razonables y necesarias, entran en lo estatal. Punto.