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El meollo

La Estación de autobuses

La estación de autobuses llegó en su día tarde, mal y arrastro. Pontevedra fue la última ciudad de Galicia en centralizar el transporte de viajeros por carretera, con mucho tiempo de diferencia con respecto a las demás. Prácticamente cuarenta años, cuarenta, hubo que esperar para disponer de una infraestructura básica, que fue reclamada insistentemente por transportistas, comerciantes y usuarios.

Al caos de tráfico que vivió esta ciudad en aquel tiempo, sobre todo desde los años 60 cuando irrumpieron los coches utilitarios, contribuyeron mucho las mil y una líneas de viajeros que establecieron sus paradas manga por hombro en distintos lugares, precisamente por la carencia cada vez más apremiante de una estación de autobuses.

Lejos de resolverse este problema crucial para un adecuado desarrollo urbano, la inauguración de la traída y llevada estación de autobuses el 24 de noviembre de 1980 sirvió para muy poco, por no decir que para nada. Prácticamente no dispuso de un período de gracia para calibrar sus ventajas y sus inconvenientes; estos superaron con creces a aquellos.

La idea de que la estación de autobuses estaba muy lejos del centro urbano adquirió especial carta de naturaleza. Un dato barajado entonces resultó premonitorio de lo que vino después: los estudios realizados fijaban para su primer año de funcionamiento un movimiento de viajeros del 75% de su capacidad; sin embargo, apenas superó el 10%.

A cuarenta años vista, podría afirmarse con bastante fundamento que aquella ubicación junto a la estación del ferrocarril constituye hoy su mejor cualidad; es decir, que ahora está bien donde está ubicada.

La estación de autobuses bien pudo haberse declarado oficialmente en estado ruinoso hace una década. Su calamitosa situación exigió la rehabilitación en profundidad que está a punto de finalizar, después de dos años y medio de obras y una inversión superior a los seis millones de euros de la Consellería de Infraestructuras, con el visto bueno del Concello.

El Meollo de la cuestión está en saber si la “nueva” estación de autobuses va a tener o no una mejor aceptación general que hace cuarenta años, y adivinar si va a satisfacer las exigencias sobrevenidas desde entonces para una infraestructura crucial, con un cambio de siglo por medio.

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