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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Hasta las Pussy se le fugan a Putin

La líder punki de Pussy Riot se le ha fugado a Putin de Rusia, disfrazada de repartidora de pizzas. Nada podría ser más ofensivo que esto para el jefe al mando del Kremlin: un sujeto que hasta podría militar en Vox por su conocida aversión a las señoras.

Maria Aliójina, que así se llama la prófuga, evadió de esta imaginativa manera el arresto domiciliario al que estaba sometida desde el comienzo de la invasión de Ucrania. No era la primera vez, ni la segunda, que ella y sus compañeras recibían la hospitalidad carcelaria del régimen de Putin. O sea: que hizo bien en escapar.

Hace cosa de diez años, las chicas de la banda autodenominada Pussy Riot habían sido condenadas ya a dos años de cárcel por el delito de pedir a la Virgen que aliviase a Rusia de la carga de su presidente. Sin mayor éxito, por desgracia.

El trío femenino eligió entonces la catedral de Moscú para recitar una plegaria titulada “Madre de Dios, echa a Putin”; pero ni siquiera un escenario tan apropiado para el rezo impidió que les cayese pena de cárcel bajo la extravagante acusación de promover el “odio religioso”.

Al machote Vladimir, que gusta de fotografiarse a lomos de un caballo y con el torso al aire, debió de parecerle herejía que unas mujeres de Rusia –país de orden– perpetrasen tal performance en lugar sagrado. Y peor aún que lo hiciesen con el impertinente nombre de Pussy Riot, que traducido del inglés viene a decir algo así como “Revuelta de chochos” o “Motín de coños”. El amable lector disculpará esta rudeza de lenguaje, exigida por el guion del caso que nos ocupa.

"Querían echar a Putin hace ya un decenio y, al final, son ellas las que se ven obligadas a huir de su presidente, disfrazadas de chicas de reparto"

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Sobra decir que Putin sigue al mando e invadiendo todo lo que puede diez años después de aquello, en una demostración palmaria de que el anarquismo punk poco tiene que hacer frente a los antiguos jefes del KGB.

Antes que el Pussy (término que no hará falta traducir), al jefe del Kremlin parecen gustarle más los misiles en forma de enormes falos que hace desfilar cada año por la Plaza Roja. Es natural que le incomode una revuelta de conejos femeninos, aunque sean pequeños, peludos y suaves como el burro Platero de Juan Ramón Jiménez.

El punk de las Pussy Riot es en realidad un movimiento ya un tanto viejuno y nada provocador en Occidente, desde que a los Sex Pistols les dio por fletar una gabarra sobre el Támesis para felicitar a la reina Isabel. “No es un ser humano”, decían a propósito de la monarca en su particular versión del God Save The Queen, himno del Reino Unido.

Ningún juez les afeó que se chanceasen de la jefa de la Commonwealth, por supuesto. Ya se sabe que, en estas cosas de la libertad de expresión y el derecho a mofarse de los gobernantes, los británicos son gente muy escrupulosa.

La de Rusia, en cambio, parece más bien una película de miedo, como en su día descubrieron las jóvenes y tal vez algo ingenuas muchachas de Pussy Riot. Querían echar a Putin hace ya un decenio y, al final, son ellas las que se ven obligadas a huir de su presidente, disfrazadas de chicas de reparto.

Lo mismo han tenido que hacer ahora varios millones de ucranianos, empujados fuera de su país por la visita de los tanques de Putin. Lástima que la Virgen no atendiese en su momento las peticiones de las Pussy Riot en la catedral de Moscú.

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