Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pedro Feijoo

Luto en la cultura

Pedro Feijoo

Mi hermano mayor

Pedro Feijóo y Domingo Villar compartieron plató en el programa "Versión Española" de TVE. RTVE

Pido disculpas de antemano, porque sé que estas líneas no estarán a la altura. Que no hay combinación de palabras posible para describir la forma de la pérdida. De todo este dolor. De hecho, me consta que Domingo jamás lo habría hecho así. Pero es que yo no soy él, me falta todo su talento, y por eso esta vez no encuentro el camino... ¿Cómo se despide uno de un amigo?

Con el corazón por completo desgarrado, han sido muchas las emociones que a lo largo de estos días me han venido a sacudir el alma. Me he descubierto atónito, incrédulo, perplejo, abrumado. He sentido el golpe de los accesos de rabia, de frustración, incluso de la pura furia y también los de la pena más inmensa. Me he encontrado preguntándole a los rincones dónde quedaba la justicia de las cosas, dónde el equilibrio del mundo para que a un hombre tan bueno y generoso como Domingo le sucediera algo así. Y, comprendiendo al final que nada de eso existe en realidad, en estos últimos días he dejado que mi ánimo se derrame por la desesperación abajo hasta que, ya en lo más profundo, he sentido la llegada de la más desoladora tristeza, detenida ante mi puerta. Y ha sido entonces cuando, por fin, he dejado de hacerme preguntas. Al fin y al cabo, de nada valen ya. Para qué seguir cuestionándolo todo, si de nada me sirven ya ni la rabia ni la furia, y yo estoy tan cansado que solo me queda espacio para esa tristeza que, en silencio, llama a mi puerta. La misma tristeza que, a estas alturas, de sobra conoce el camino a su sitio...

Domingo se nos muere entre los dedos, y, al irse, lo que nos queda es un vacío todavía tan increíble como inmenso. Porque se va el último de los grandes.

Y porque se va un amigo...

Lo único que quiero es recorrer las calles de la ciudad, suya y mía, nuestra, buscando aún el eco de su voz, la sombra de su caminar. Y engañarme pensando que tal vez aún pueda llegar a tiempo, aunque sea peleando con los dientes apretados por capturar lo que todavía permanezca del momento... Pero me rompe el corazón comprender que, en realidad, ya no quedará más que su memoria, ya para siempre convertida en recuerdo.

Así pues, que me arrasen las lágrimas, que la tristeza se me lleve por la pérdida del amigo. Que se callen las pistolas, que ya no silben las balas, porque la muerte ya nunca más tendrá la elegancia con la que Domingo la escribía. Que se detengan las olas en la ría, que ningún barco las rompa, porque ya no estará Domingo para convertir este mar en poesía, que ya no estará Domingo para hacer de las calles de la ciudad un verso libre...

Que guarden todos los saxofones en sus estuches, que revienten todos los discos de jazz, que no se derrame la música por las piedras de la ciudad vieja, porque ya no estará Domingo para escucharla. Que se echen a perder los menús en los bares del puerto, que no caiga al suelo ni una gota de vino en la taberna de Eligio, porque ni para alzar un brindis les quedan fuerzas a mis brazos. Que se hunda el Nautilus, que se apaguen las luces de Vigo y se ahoguen sus reflejos en las playas, porque ya no estará para contemplarlas Domingo Villar. Mi compañero, mi amigo. Mi hermano mayor.

La ciudad, los atascos, los aeropuertos y sus carreras, las habitaciones de hotel, los encuentros esperados y también los fortuitos, las llamadas telefónicas, los mensajes de madrugada, los consejos, las recomendaciones, los bobtails que no llegaron, la isla del tesoro, las risas furtivas, las confidencias, las gamberradas compartidas, las presentaciones solitarias, los libros firmados por “el otro”, el éxito, el fracaso, las lágrimas de alegría y también las de desesperación... El vacío y la tristeza. Todo, todo será terriblemente insoportable sin ti. Te echaré de menos toda la vida. Gracias por todo, hermano. Hasta siempre, amigo.

Compartir el artículo

stats