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Joaquín Rábago.

¿Qué significa en la práctica ganar la guerra de Ucrania?

Estados Unidos, que es quien lleva la voz cantante en la OTAN, ha declarado como objetivo principal de esa alianza militar ganar la guerra de Ucrania, pero ¿qué significa eso realmente?

¿Significa que pueda Ucrania recuperar la total integridad del territorio ilegalmente invadido por Rusia? Es decir, ¿también las regiones de mayoría rusoparlante actualmente ocupadas? ¿Crimea, incluida?

O significa algo más, como han insinuado en más de una ocasión diversos representantes del Gobierno de Washington: es decir desgastar a Rusia hasta su extenuación y provocar con suerte allí un cambio de régimen.

El famoso filósofo alemán de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas ha escrito que es imposible “ganar” una guerra contra una potencia nuclear como es Rusia, al menos en el sentido tradicional de ese vocablo.

De ahí que, lejos de criticar al canciller federal alemán, Olaf Scholz, por resistirse a enviar armamento pesado para la defensa de Ucrania, Habermas viera justificada su prudencia de estadista frente a la beligerancia demostrada por sus socios de coalición: Verdes y liberales.

Hay que decir que de poco han servido los consejos de Habermas y un puñado de intelectuales frente a la enorme presión de los medios y de una opinión pública fuertemente influida por las imágenes desgarradoras que ven a todas horas por televisión.

Uno de esos intelectuales que aconsejaban prudencia es el conocido sociólogo y psicólogo alemán Harald Walzer, primer signatario de una carta pública al canciller federal que reclamaba una solución diplomática y no militar del conflicto.

En un artículo publicado en el último número de “Der Spiegel”, un semanario que se ha destacado también por su belicosidad anti-Putin, Walzer recordaba cómo las potencias europeas entraron prácticamente “sonámbulas” en la Primera Guerra Mundial.

Así, por ejemplo, el presidente entonces del Partido Socialdemócrata alemán, Hugo Haase, lejos de hacer honor a la tradición pacifista de su formación, declaró solemnemente que en aquella “hora de peligro”, no podía “dejar a la patria en la estacada”.

Aunque se ha explicado siempre aquel primer conflicto mundial como consecuencia inmediata del asesinato en Sarajevo del heredero del trono austrohúngaro, lo cierto es que en él influyeron múltiples factores, como recuerda Walzer.

El miedo de los británicos a la primacía alemana en el continente europeo o el del imperio austrohúngaro a la disolución de su Estado multiétnico seguramente tuvieron más que ver con el estallido de la guerra que los objetivos claramente imperialistas de unos o de otros.

"No se habla de una futura arquitectura de seguridad europea que incluya también a una Rusia con o sin Putin una vez que se haya resuelto el conflicto"

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Como ha escrito el historiador británico Ian Kershaw, cada una de las potencias europeas quería aprovechar la ocasión antes de que lo hiciera el enemigo.

Es decir, nadie estaba dispuesto a negociar la paz, lo que hizo que aquel conflicto degenerase rápidamente en una guerra de una magnitud que nadie había previsto ni podía tampoco querer.

La evolución de un conflicto militar, explica a su vez Walzer, no responde a objetivos o estrategias predeterminados, sino que resulta muchas veces de una imprevisible mescolanza de acciones y reacciones, de imágenes negativas del otro y de radicalismos.

Y lo que sorprende al sociólogo alemán y a los otros firmantes de la carta al canciller Scholz es la ausencia de todo debate político en torno a la que se ha dado en llamar “guerra de Putin”.

No se habla, por ejemplo, de una futura arquitectura de seguridad europea que incluya también a una Rusia con o sin Putin una vez que se haya resuelto el conflicto.

Es como si EE UU no hubiese aprendido de los últimos conflictos militares que ha lanzado también ilegalmente –los de Irak o Afganistán– que no se debe entrar nunca en una guerra sin saber cómo se podrá salir un día de ella porque el carajal está garantizado.

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