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Joaquín Rábago.

Belicosidad mediática

Por fin han conseguido lo que venían buscando desde hacía tiempo: el Gobierno tripartito del canciller federal alemán Olaf Scholz ha aprobado el envío a Ucrania de carros de combate y otras armas pesadas, algo a lo que llevaba tiempo resistiéndose.

La presión de los medios, sumada a la de los dos partidos minoritarios de la coalición, liberales y verdes, siempre los más beligerantes, ha sido brutal, y el socialdemócrata Scholz, que optaba por la prudencia, tachada por algunos de cobardía, ha acabado cediendo.

Hay una palabra alemana, “Kriegslust”, literalmente traducible por “apetito” o “ganas” de guerra, que define muy bien el clima político germano, sobre todo el existente en los medios, desde la invasión rusa del país vecino.

Hay un martilleo constante del espectador con las imágenes de esta guerra brutal, que, como todas las guerras modernas, no perdona a la población civil. Solo que en las de Irak, Afganistán, Libia, el Yemen o tantas otras no había ningún interés en mostrarnos la carnicería.

Esta vez sí, porque el “mal absoluto” lo encarna el autócrata del Kremlin, y no se admiten explicaciones, contextualizaciones o matices: se trata no solo de parar al invasor, enviando cuantas más armas mejor, sino de impedir que vuelva a levantar cabeza.

"El Gobierno alemán no ha impedido nunca las exportaciones de material bélico, que 'el negocio es el negocio' y ninguno mejor que el de las armas"

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Los medios, incluso los más serios, se han dedicado a denunciar el “aislamiento” en Europa del Gobierno de Scholz en contraste con la beligerancia antirrusa mostrada por polacos, bálticos, holandeses y, por supuesto, británicos.

De nada parecía servir el compromiso de anteriores gobiernos alemanes de no enviar armas a zonas de conflicto, algo que, dicho sea de paso, no ha impedido nunca las exportaciones de material bélico, que “el negocio es el negocio” y ninguno mejor que el de las armas.

Eso sí, los carros de combate –los Marder o Leopard– que se manden ahora a Ucrania no saldrán directamente de las Fuerzas Armadas, sino de los almacenes de sus fabricantes: de Rheinmetall, de Krauss-Maffei, de Fensburger Fahrzeug Bau. El Gobierno se limitará a autorizar las exportaciones.

Uno de los primeros en felicitarse de ese cambio de postura será sin duda el embajador ucraniano en Berlín, que, en lugar de comportarse como un diplomático, parece ser el gobernador de una provincia del imperio al inmiscuirse continuamente en el debate político alemán.

La ministra alemana de Exteriores, Annalena Baerbock, y el titular de Economía, Robert Habeck, ambos de un partido que ya no podemos calificar de “ecopacifista”, han sido desde el principio los más combativos a la hora de reclamar el envío a Ucrania de tanques y obuses alemanes.

Cuenta la prensa alemana que el Gobierno de Joe Biden está encantado con el comportamiento de los Verdes y disgustado en cambio con las continuas vacilaciones de los socialdemócratas de Scholz, que no toman una decisión hasta que la presión se hace insostenible.

Claro que hay quien se pregunta al mismo tiempo por que solo se ha criticado a Alemania por no atreverse a enviar tanques a Ucrania y no en cambio a británicos o franceses, que tampoco lo han hecho. ¿Acaso no se tiene para nada en cuenta la historia alemana?

Scholz no ha estado hasta ahora en Kiev. Intentó viajar allí el presidente alemán, el también socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, pero el Gobierno ucraniano le declaró en la práctica persona non grata, humillación que no suscitó demasiada repulsa en medios germanos, dispuestos al parecer a tragarse todo.

El colmo del belicismo de ciertos políticos germanos es el mostrado por el dirigente liberal Alexander Graf Lambsdorff, que llegó a calificar de “quinta columna de Putin” a quienes, siguiendo una vieja tradición, se manifestaron a favor de la paz durante la Semana Santa. ¡A tal extremo hemos llegado!

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