A estas horas ya habrá eliminado las dudas, si es que le quedaba alguna, el recientemente dimitido señor Núñez Feijóo, acerca de lo que le espera en su nueva etapa como presidente del PP y jefe de la oposición. Quedará pendiente alguna incógnita acerca de esa “jefatura”, que es solo nominal y referida a otras latitudes parlamentarias. Aquí hay –aparte del bi/Gobierno en el que cohabitan un par de socios que van cada uno a lo suyo– variadas oposiciones incluso dentro de parecidos espacios ideológicos, y la consecuencia de esa circunstancia es un mercadillo en el que los votos se cotizan según el momento y el humor de sus poseedores y de quienes los necesitan.

(El interés de la ciudadanía, que debiera ser la prioridad absoluta, se subordina al de los grupos o partidos, y el espectáculo final es el que pudo verse hace apenas unas horas, con un Ejecutivo en manos de los mismos que proclaman sus “graves errores e incumplimientos” pero que lo apoyan seguramente porque saben que con cualquier otro estarían peor. Un panorama político que se completa con una oposición “oficial” que sabe la conveniencia de un decreto que se presentaba a votación pero que lo rechaza para castigar –o “apretar”– a su adversario olvidando el posible daño a la gente del común. No parece un buen comienzo para quien quiere hacer las cosas de otra manera.)

Por si todo ello fuese poco, el PSOE encarga la respuestas a las críticas del PP a un exaltado que, con un discurso desaforado y absurdo, recibió ovaciones de sus colegas de bancada; solo faltaron los antiguos gritos de “torero, torero”, pero ahora semejante aclamación es tabú para los “progresistas”. Un escenario, pues, del todo diferente al que ha vivido don Alberto durante toda su vida política. Que se completa con su apuesta –audaz, tal como están las cosas– de presentar alternativas que al menos sirvan para iniciar diálogo con un interlocutor al que se dirigen ofertas que no quiere ni ver. Una actitud que va a obligarle, malgré lui, a algo que se parecerá a la de su predecesor.

Y es que, Galicia, también en el clima político, es un oasis. Por eso, con la situación general de estos Reinos y desde una opinión personal, el señor Núñez Feijóo haría bien en sacar brillo a su condición gallega –que, dicen, aporta un plus de resistencia a los acontecimientos desagradables– hasta adaptarse con una fórmula diferente a la habitual. Aunque él tampoco fue demasiado proclive a los diálogos con la oposición, si bien de la Cámara gallega salieron bastantes más acuerdos en una legislatura que en estas Cortes, habrá de tratar con un político que solo concibe el pacto como una admisión absoluta de sus planteamientos, sin acceder a matices y mucho menos a rectificaciones.

Su señoría don Alberto prometió, después de su dimisión y antes en el pleno parlamentario de esta semana, “trabajar por Galicia” desde su nuevo puesto. Y pocos de entre sus votantes dudará de que lo haga, pero habrá de matizarse que deberá acomodarse más que nunca a la atención que deba dedicar al resto. Aparte de que, en el mejor de los casos, si llega a confirmar lo que ahora dicen las encuestas y el “efecto F” le lleva a Moncloa, la perspectiva se modificará, como es natural. Por eso, el mejor servicio –siempre desde una óptica personal– que podrá prestar al PPdeG y a su nuevo presidente será eludir cualquier suposición de tutelaje o dirección “conjunta”. Como el propio sucesor afirmó hace pocas horas, habrá continuidad, que no es lo mismo que “continuismo”, y que el “estilo Rueda” será diferente en un marco que encaja en lo que se ha hecho y lo que queda por hacer. Eso es lo previsible y, sobre todo, lo sensato.