Es difícil hacer pronósticos sobre cómo saldrá Ucrania de esta guerra, pero hay muchos que abogan por la entrada acelerada de ese país en la Unión Europea.
Podría ser una alternativa, argumentan, a su ingreso en la OTAN, impulsado desde un principio con fuerza por el Gobierno de EE UU frente a la opinión de franceses y alemanes.
No deja de ser en cualquier caso una apuesta arriesgada y dependerá no sólo de cuál sea el desenlace militar del conflicto, sino también de cómo evolucione, una vez ése acabado, la propia democracia ucraniana.
Entrar en el club de Bruselas implica para el país candidato el cumplimiento de una serie de condiciones no sólo económicas, sino también políticas: sobre todo, de calidad democrática.
Por mucho que ahora los medios occidentales se deshagan en elogios al valiente presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, falta todavía en el país brutalmente invadido mucha transparencia.
¿Qué se sabe, por ejemplo, de las redes oligárquicas y corruptas que, no muy diferentes en ello de las rusas, maniobraron desde el primer momento de la independencia para apropiarse de sus abundantes recursos naturales?
¿No aparecía el propio Zelenski en los Papeles de Pandora como integrante de una red de políticos ucranianos que ocultaron millones en varios paraísos fiscales aunque hoy se prefiera no hablar de ello? Claro que también aparecían otros políticos de los nuestros: ¡bienvenido al club!
¿Y no tuvo nada que ver su meteórica carrera política con un conocido oligarca ucraniano-israelí chipriota llamado Íhor Kolomoiski, propietario de la cadena de TV que le lanzó al estrellato?
Hasta poco antes de empezar la guerra, los informes de Occidente hablaban de luchas por el poder entre oligarcas ucranianos; también, de grupos de extrema derecha integrados en sus Fuerzas Armadas. ¿Qué ha sido de ellos?
Conviene exigir las debidas precauciones al admitir a Ucrania en el club europeo, por recomendable que ello sea, sobre todo teniendo en cuenta otros casos de países del Este que estaban siendo un quebradero de cabeza para Bruselas por sus violaciones de los derechos civiles y sus ataques a la justicia y a los medios, algo que la guerra de Ucrania nos ha hecho olvidar.
Hay quien cínicamente dice que la ampliación de la UE a determinados países del Este fue un regalo envenenado del Reino Unido a la UE mientras preparaba su salida de ese club.
Con la ampliación por ellos impulsada, los británicos conseguían sobre todo diluir el eje franco-alemán y poner trabas al proceso de integración europea que deseaba sobre todo París y que tanto molestaba a Londres.
Hay que reconocer que la ampliación también interesaba, y mucho, a Alemania, que se veía beneficiada por partida doble: se le abrían de par en par las puertas de nuevos mercados y podía además disponer de una abundante mano de obra barata para su industria.
Los naturales recelos de los nuevos socios al oso ruso y su confianza ciega en EE UU como escudo protector han frustrado hasta el momento todo intento de creación de unas Fuerzas Armadas netamente europeas que pudieran constituir un día una alternativa a una OTAN dominada por Washington.
EE UU tiene en Polonia, la República Checa o las pequeñas Repúblicas Bálticas, entre otros antiguos países satélites de la URSS, a sus más incondicionales aliados en la vieja Europa.
Y no puede caber ninguna duda de que Washington persigue ahora algo similar con la Ucrania de Volodímir Zerenski, un político que no oculta su admiración por el eje anglosajón, que tanto le está ayudando en esta guerra a la que nadie parece ya buscar una salida diplomática que salve vidas y evite más destrucción.