Un ámbito en el que abundan la demagogia, los análisis tabernarios y la falta de rigor es el del gasto público. En un lado de la barra se sitúan los que defienden siempre y en todo lugar, aumentar el gasto. El objetivo de las políticas educativas, sanitarias o de I+D no se fija en resultados, sino como volumen de gasto público. Cuanto más, mejor; olvidándose que hay que financiarlo o que se puede gastar más y hacerlo mal, de forma que la Sociedad obtiene un retorno muy menor. Trenes de alta velocidad y museos por doquier; ayudas a unos y otros sin control de eficacia. Los que defendemos lo público somos los primeros en argumentar la necesidad de evaluar ex-ante y ex-post, de hacer ensayos pilotos, y de imitar al que lo hace mejor.

Y en el otro lado de la barra nos encontramos a los que proclaman que se puede recortar en cuestión de semanas varias docenas de miles de millones de euros de gasto sin ningún efecto sobre servicios, programas de rentas, o inversión en infraestructuras; los que insisten en que en España el gasto público es enorme, obviando que las estadísticas internacionales nos sitúan claramente por debajo de la media de la UE-27, incluso corrigiendo por las diferencias en PIB per cápita; los que arguyen que el problema del gasto español es la existencia de cuatro Ministerios más o menos, a sabiendas (o no) de que a efectos macroeconómicos el gasto asociado es despreciable, como lo podría ser un céntimo de euro en el presupuesto mensual del lector medio de Faro de Vigo.

Necesitamos equilibrio y rigor. Un debate público centrado y fructífero exige que existan diagnósticos acertados y compartidos. Sin ello, estamos condenados a la inacción y el conflicto; y a que partidos populistas pesquen en aguas revueltas.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)