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Luis Carlos de la Peña

Tremendismo

No sé qué preocupa más: si la disfunción presidencial de Feijóo o el catastrofismo banal de Pontón y Formoso. Es difícil imaginar que alguna otra nacionalidad histórica se permitiera la frivolidad de mantener un presidente a tiempo parcial, pero entre la herencia política que deja Feijóo está también la de nuestra rebaja, de facto, a mera comunidad autónoma. Un formulismo más político que jurídico, pero que custodia un capital histórico y simbólico que el país en su conjunto necesitaría preservar y prestigiar.

Frente a este abandono de las responsabilidades políticas logradas en el todavía reciente julio de 2020, la oposición de nacionalistas y socialistas gasta toneladas de pólvora, una auténtica mascletá, pero sin un gramo de munición. Del discurso inflamado que niega el pan y la sal a la gestión de Feijóo al frente de la Xunta, cuelgan numerosas víctimas propias, la penúltima de ellas Gonzalo Caballero. Pontón y ahora Formoso, se empeñan en pintar un país en tonos sombríos: la sanidad y la educación públicas parecen puestas en almoneda; la gestión política es mero marketing promocional y, en definitiva, los votos entregados al PP en las elecciones autonómicas se explican por el clientelismo y la manipulación mediática. De nada sirve al BNG y PSdeG que el electorado premie con sus votos mayoritarios un gobierno percibido y caracterizado por la prudencia en su gestión –como acredita casi cualquier variable macroeconómica– y que, si de algo peca, es de acomodarse en exceso al cadencioso ritmo del país y a la melindrosa administración de las competencias propias.

Si anómalas son las mayorías absolutas en las democracias maduras, alguna responsabilidad tendrá en ellas la oposición que, a falta del dato exacto, de un mayor y mejor conocimiento de los asuntos del país y de un proyecto cimentado sobre los diagnósticos más aquilatados, se limita a reiterar un tremendista relatorio de desastres respecto del que el ciudadano cabal no puede sino sentirse ajeno.

Valentín González Formoso merece un último apunte: tras seis meses en la primera línea política como secretario general del PSdeG-PSOE, su presencia y reconocimiento social son aún muy limitados. La aceleración de la política gallega, junto a la imprevisibilidad que se adueña del escenario global y la propia dimensión de la tarea asumida exigen, de él, mucho mayor compromiso intelectual y político.

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