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Joaquín Rábago.

Un Don Giovanni para la sociedad del espectáculo

El director de escena francés Vincent Huguet, frecuente colaborador de Patrice Chéreau y Peter Sellars, entre otros, ha montado en la Staatsoper de Berlín un “Don Giovanni” para la sociedad del espectáculo. Su burlador, un personaje de aspecto un tanto fondón y entrado en años, no tiene el halo un tanto romántico de otros seductores, sino que parece más ajustado a la época actual de los selfies y el “Me Too”.

El héroe de la famosa ópera de Wolfgang Amadeus Mozart sobre libreto de Da Ponte es en la nueva versión berlinesa un fotógrafo estrella, que aprovecha su profesión para seducir a sus modelos, a las que luego abandona sin el mínimo remordimiento: usar y tirar es su cínica divisa. El ciclo de tres óperas de Mozart y Da Ponte, que integran, además de “Don Giovanni”, “Las Bodas de Fígaro” y “Cosí fan tutte”, han sido descritas muchas veces como “la trilogía de la liberación”.

En un lapso de apenas cuatro años, el que va de 1786 a 1780, el compositor y su libretista crearon, como explica el propio Huguet, “la imagen de una era, rica en colorido a la vez que llena de matices, que no deja de sorprendernos”. Porque aunque podamos pensar que esas óperas nos cuentan algo sobre la sociedad europea de aquel momento prerrevolucionario, su mensaje es ciertamente universal y es hoy tan válido como entonces.

Si en “Las Bodas de Fígaro”, el conde Almaviva trata rescatar ridículamente el derecho de pernada de una era que tocaba ya a fu fin, en “Don Giovanni”, Mozart y Da Ponte indagan en la personalidad mucho más compleja del seductor. Las tres óperas representan al mismo tiempo todo un ciclo vital –la juventud en “Cosí fan tutte”, subtitulada “La escuela de los amantes”, pues se trata sobre todo de aprendizaje, el matrimonio burgués con su discreto encanto, pero también sus frustraciones en “Las bodas de Fígaro”, y finalmente la madurez y la muerte, en “Don Giovanni”.

Mozart es un feminista “avant la lettre”: sus heroínas están siempre dotadas de una enorme fuerza interior, que les permite resistirse a los hombres a base de astucia que podría calificase también de revolucionaria. En la versión de Huguet, el comendador, el padre de doña Anna con cuyo asesinato a manos de Don Giovanni comienza el espectáculo, es quien pronuncia la condena final del burlador en una original escena que remeda un tribunal.

Un equipo de loqueros aplica al seductor una camisa de fuerza y le administran la inyección final. Es su particular descenso a los infiernos. Este ciclo mozartiano fue concebido para el festival de primavera de Berlín por el octogenario maestro Daniel Barenboim, quien se estrenó justamente como director de orquesta con un “Don Giovanni” en un ya lejano festival de Edimburgo.

El elenco no puede ser más brillante con el barítono Michael Volle en el papel del seductor, Riccardo Fassi, como Leoporello, y tres extraordinarias voces femeninas: la catalana Serena Sáenz (Zerlina), la eslovaca Slávka Zámecníková ( Donna Anna) y Elsa Dreisig (Donna Elvira). Un espectáculo para no perderse y que ojalá pueda verse pronto también en otros festivales europeos.

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