El nobel colombiano Gabriel García Márquez encabeza su obra “Vivir para contarla”, publicada en 2002, con la siguiente frase: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” Pepe Domingo Castaño acaba de publicar “Hasta que se me acaben las palabras”. Mis recuerdos de radio y vida. Relaciono ambas obras porque, como vamos a ver, tienen ciertas similitudes que me parece interesante destacar.

La primera coincidencia es que ambas obras no son fáciles de clasificar. Son desde luego obras de literatura, pero a partir de ahí es difícil determinar el tipo en el que deben encuadrarse. Hay quien dice que la obra de García Márquez es un texto híbrido entre el ensayo y la narrativa. Y otros que, coincidiendo en lo de texto híbrido, sostienen que está a medio camino entre el ensayo y la novela. Yo creo que ambas obras son, sobre todo, unas memorias de ficción. Coincido en su carácter híbrido, pero descarto la calificación como ensayo, porque no son obras que tienen el propósito de reflexionar profundamente sobre un tema determinado, sino solo contar la vida de sus autores.

Que las memorias del nobel colombiano tienen partes de ficción lo dice él mismo. Afirma que narra su vida (una parte) pero no como la vivió; por tanto, no pretende ser una autobiografía fidedigna, sino como la recuerda: intenta, por tanto, que sean una memorias. Pero nos dice algo más, que el relato no se atiene a la vida vivida, sino a la vida recordada con el añadido de su finalidad: ser contada. Por consiguiente, en el relato de la vida vivida por Gabo hay también una buena dosis de ficción: las adherencias agregadas por el recuerdo impreciso.

Pues bien, en la obra de Pepe Domingo hay mucho de lo mismo. Lo insinuó él mismo: “Todo lo que escribo es verdad, salvo lo que no lo sea”. Es decir, no hay una exposición fiel y exacta solo de lo vivido, sino que la narración de su vida es, a la vez, como fue, como pudo haber sido y hasta como la imaginó de la manera en que le venía bien para contarla ahora. Por eso, no debe extrañarnos la precisión con la que narra los primeros años de su vida. Es muy difícil relatar los distintos sucesos que integran toda una vida, sobre todo los de la infancia, con tanta minuciosidad, salvo que se recurra a la ficción para completar, en lo preciso, algunos detalles alojados en el olvido.

Ahora bien, como esta es solo mi impresión personal, si él sostiene que todo lo que cuenta en sus primeras cien páginas responde fielmente a la realidad, lo tendré por cierto. Pero si así fuera, afirmaría de inmediato que tiene una memoria prodigiosa.

“Me gusta mucho cómo escribe y su facilidad para precisar sus pensamientos: nos lleva de la mano por los vericuetos de su intelecto”

Pero nada de lo que acabo de decir empaña el valor de su obra. Al contrario, todo lo que tenga de realidad y de ficción está tan bien escrito que desde las primera líneas ya tuve a Pepe Domingo por un excelente escritor. Sabía que era un buen poeta, que tenía una gran facilidad para la versificación, lo demostraba con los versos que remataban todos los domingos su programa radiofónico nocturno y que resumían lo radiado. Dicen que quien domina el verso tiene muy al alcance de su pluma la buena narración y es lo que sucede en esta caso. Me gusta mucho cómo escribe y la facilidad que tiene para precisar sus pensamientos: nos lleva de la mano por los vericuetos de su intelecto.

A todo lo hasta aquí dicho hay que añadir que también entre las vidas de los dos autores hay ciertas coincidencias: García Márquez, en “Vivir para contarla”, nos cuenta su vida profesional. Va relatando su peripecia vital, pero desde la óptica de su profesión de periodista y de novelista que ejerció con tanta brillantez. Y es así cómo una va descubriendo de dónde viene “Macondo” y todos los demás ingredientes que aparecen en sus novelas, muchas de ellas entre las mejores en lengua castellana.

Pepe Domingo también es un comunicador, pero sus pensamientos no cabalgan sobre caracteres tipográficos impresos en pliegos de papel, sino sobre el viento que se llevaba las palabras. Salvo la presente obra narrativa, el grueso de sus pensamientos se transmitieron a través de las ondas, algunas de las cuales quedaron prendidas en nuestros recuerdos, y allí siguen. Pero su vida nos interesa porque a pesar de su modestia, está en la cima de su profesión. ¡Es de los mejores en lo suyo! Y lo suyo es mucho y muy variado, lo cual siempre se traduce en una legión de seguidores.

En lo que se refiere a la vida que narra Pepe Domingo, aunque es la suya, personal e intransferible, se parece bastante, sobre todos la de sus primeros años, a la de muchos jóvenes gallegos que somos coetáneos y que vivimos la España de entonces, y especialmente nuestra querida Galicia. Por eso, tal vez nos resulte más cercana que a los que son de otros lugares. Pienso, aunque no fue esa mi realidad, que Pepe Domingo, el ser humano, está marcado por dos circunstancias: ser miembro de una familia numerosa y vivir durante algunos años en un entorno de dificultad económica. Probablemente, ambas, y su propio carácter, forjaron una variedad de junco humano que pudo doblarse ante fuertes ventarrones y vendavales, pero que, por suerte para todos nosotros, sigue enhiesto enriqueciéndonos con el fruto de su talento.

Si el título de la obra “Hasta que se me acaben las palabras” es un verdadero compromiso, tenemos Pepe Domingo para muchos años, porque veo muy difícil que se le acaben las palabras. Otra cosa es que el cansancio dificulte su emisión por las ondas radiofónicas. Pero de sus palabras, aunque sean en voz baja, seguiremos disfrutando muchos años en nuestra Mera veraniega los que compartimos con él aperitivos y cenas.