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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Repúblicas de España y Francia

Cumpliría hoy su 91º aniversario la República, de no haber perecido víctima de la epidemia totalitaria que el mundo sufrió allá por los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Un virus que en cierto modo vuelve a acongojar ahora a Europa.

Baste para verificar esa amenaza el desdén con el que algunos de los extremistas representados en el Congreso recibieron el otro día la intervención del presidente de la invadida Ucrania.

Es natural. A Zelenski, judío y comediante de profesión para más inri, no se le ocurrió mejor cosa que equiparar el acoso de Rusia a Ucrania con el de los nazis a la República. Habló del bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor de Hitler para que los españoles entendiesen mejor lo que está sucediendo en su país; pero ni por esas.

Zelenski podría haber ido más lejos en las similitudes. Las autoridades de la República pidieron desesperadamente y sin el menor éxito la ayuda militar de las democracias –Francia, Reino Unido–, al igual que el presidente ucraniano la reclama ahora para hacer frente al poderío de las armas del invasor.

Si acaso, hay una sustancial diferencia a favor de Ucrania, que está recibiendo suministros de muchos de los países democráticos. No ocurrió lo mismo con la República española, abandonada a su suerte por las naciones entonces temerosas de excitar a Hitler y Mussolini.

También ahora hay miedo a Putin, pero se conoce que los demócratas han aprendido ya lo que ocurre cuando se intenta apaciguar a un matón. Churchill, aunque fue uno de los que dio la espalda a la República, lo resumió así: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra: elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”.

La consecuencia fue que, ante la inhibición de las democracias, los republicanos acudieron a Stalin para equilibrar el apoyo directísimo de los fascismos a Franco. A partir de ahí, la lucha de la democracia contra la barbarie se convirtió en una guerra entre los dos totalitarismos del siglo XX, problemático y febril. La República liberal murió incluso antes de su derrota en los campos de batalla.

"La República liberal murió incluso antes de su derrota en los campos de batalla"

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Cierto es que las ideas de abril de 1931 volvieron a regir, más o menos, tras la muerte de Franco. Tardíamente y bajo la vigilancia del Ejército heredado del Caudillo, regresaron a España los valores republicanos de la democracia. Poco a poco, esto se convirtió en una especie de república coronada que a día de hoy figura entre los países más avanzados del mundo en materia de tolerancia y libertad.

No tiene sentido especular con lo que pudo haber sido y no fue; pero tampoco cuesta tanto imaginar cómo habría avanzado España si el impulso democrático de aquella República no hubiese sido truncado por un golpe de Estado y la subsiguiente guerra civil. Baste ver lo bien que les ha ido a los franceses, que por ahorrarse casi se ahorraron la Segunda Guerra Mundial, tras apenas mes y medio de lucha contra Hitler.

Precisamente es la República francesa, que algo de pedigrí tiene, la que ahora se va a jugar su futuro, y el de Europa, si a sus ciudadanos les da por hacer presidenta a la neofascista Marine Le Pen. Un riesgo que no corren los españoles –ni los británicos, ni los suecos– por la mera razón de que su régimen no contempla la elección del jefe del Estado, mera figura simbólica. Quién nos iba a decir a los republicanos que ese déficit acabaría por ofrecer tan inesperadas ventajas.

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