El paso del tiempo dirige nuestro pensamiento hacia el pasado. Una acción legítima, además de dulce. La nostalgia es un veneno suave que en dosis adecuadas te transporta a un sueño algodonoso de límites blandos. Hay quienes administran su pasado como las existencias en almacén: insumos para ser transformados en proyectos de futuro. Y están los que tienen en el pasado un refugio proustiano donde jugar con el tiempo y sus combinaciones.
Alfonso Armada ha escrito en FARO DE VIGO una caudalosa crónica personal sobre Galicia: La Vía Láctea de la Saudade. El periodista vigués acumula los trienios suficientes para tener todo el crédito para mirar en derredor y presentarnos sus balances y sensaciones. Para los de mi generación, y Armada lo es, reflexionar sobre uno mismo es hacerlo también colectivamente. Tan tiznados por la política del último franquismo y el autoritarismo circundante, incluido el bifronte catolicismo, las cuatro últimas décadas son tanto el tiempo de la emancipación democrática, el indudable desarrollo y mejora general de vida, como el cronograma de nuestras vicisitudes particulares. Caminos espinosos.
Alfonso Armada se ha asomado a ese balcón corrido que hace esquina con las subjetividades con que observamos el entorno y nuestras propias interioridades. El conjunto de las observaciones del corresponsal en el extranjero, cronista de viajes y periodista comprometido con las causas del oficio y la verdad, ofrece un tupido trenzado de añoranzas familiares que no excluyen los rescoldos de la antigua hoguera paternofilial, las amistades cómplices de la propia evolución y los paisajes y lugares de Galicia que desfilan como telón de fondo de la memoria, a veces elevados a la categoría de sujetos.
Las caudalosas páginas de Armada aluden a la vía láctea de un camino pautado y a la saudade, significante de sinuosos significados. García Sabell la definió como “un sentir con mayor agudeza de lo cotidiano, …, la dimensión problemática de la vida”; Ramón Piñeiro, además de otorgar a la saudade una inequívoca experiencia del mundo galaico-portugués, la considera “un sentimento sen obxecto, un puro sentir”. En la lenta y deliciosa crónica de Armada, Galicia “es un país mal estibado, volcado hacia la costa”, el Alcampo de Coia se metarmofosea en la magdalena literaria y los amigos que van quedando aguardan fieles tras las puertas que serán franqueadas a la llamada del viajero.