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Luis Carlos de la Peña

Crónica sentimental de Armada

El paso del tiempo dirige nuestro pensamiento hacia el pasado. Una acción legítima, además de dulce. La nostalgia es un veneno suave que en dosis adecuadas te transporta a un sueño algodonoso de límites blandos. Hay quienes administran su pasado como las existencias en almacén: insumos para ser transformados en proyectos de futuro. Y están los que tienen en el pasado un refugio proustiano donde jugar con el tiempo y sus combinaciones.

Alfonso Armada ha escrito en FARO DE VIGO una caudalosa crónica personal sobre Galicia: La Vía Láctea de la Saudade. El periodista vigués acumula los trienios suficientes para tener todo el crédito para mirar en derredor y presentarnos sus balances y sensaciones. Para los de mi generación, y Armada lo es, reflexionar sobre uno mismo es hacerlo también colectivamente. Tan tiznados por la política del último franquismo y el autoritarismo circundante, incluido el bifronte catolicismo, las cuatro últimas décadas son tanto el tiempo de la emancipación democrática, el indudable desarrollo y mejora general de vida, como el cronograma de nuestras vicisitudes particulares. Caminos espinosos.

Alfonso Armada se ha asomado a ese balcón corrido que hace esquina con las subjetividades con que observamos el entorno y nuestras propias interioridades. El conjunto de las observaciones del corresponsal en el extranjero, cronista de viajes y periodista comprometido con las causas del oficio y la verdad, ofrece un tupido trenzado de añoranzas familiares que no excluyen los rescoldos de la antigua hoguera paternofilial, las amistades cómplices de la propia evolución y los paisajes y lugares de Galicia que desfilan como telón de fondo de la memoria, a veces elevados a la categoría de sujetos.

Las caudalosas páginas de Armada aluden a la vía láctea de un camino pautado y a la saudade, significante de sinuosos significados. García Sabell la definió como “un sentir con mayor agudeza de lo cotidiano, …, la dimensión problemática de la vida”; Ramón Piñeiro, además de otorgar a la saudade una inequívoca experiencia del mundo galaico-portugués, la considera “un sentimento sen obxecto, un puro sentir”. En la lenta y deliciosa crónica de Armada, Galicia “es un país mal estibado, volcado hacia la costa”, el Alcampo de Coia se metarmofosea en la magdalena literaria y los amigos que van quedando aguardan fieles tras las puertas que serán franqueadas a la llamada del viajero.

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