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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Bofetadas bélicas

Una bofetada de lo más cinematográfica divide en los últimos días a los partidarios de resolver las disputas a trompazos y a aquellos otros que prefieren abordarlas con el uso de la palabra. Seguramente irán ganando los primeros.

En descargo del machote Will Smith se podría decir que fue relativamente moderado en el castigo. Una bofetada es menos que un puñetazo; y esto último es lo que le propinaría el papa Francisco, por ejemplo, a quien dijese una mala palabra sobre su madre.

Nada de poner la otra mejilla ni bobadas por el estilo. Al pontífice, interrogado años atrás por los plumíferos sobre los ultrajes a la religión, no se le ocurrió mejor cosa que considerar “normal” dar una buena trompada a cualquiera que lo ofendiese verbalmente. En el principio fue el Verbo, pero luego vino la bofetada para corregirlo.

No es probable que Will Smith –del que uno ignora su religión– estuviese pensando en las extrañas recomendaciones de Francisco. Es difícil imaginar siquiera que estuviese pensando, a secas.

Simplemente, reaccionó a la manera atávica del macho que quiere proteger a su hembra no ya de una amenaza, sino de un mal chiste. Parece una actitud algo primitiva, pero es que vivimos en tiempos de vuelta al primitivismo, a la guerra, a la ocupación de territorios manu militari y a las peleas de callejón.

Solo así se entiende que un tipo tan rudimentario como Donald Trump gobernase durante cuatro años la primera potencia del mundo, milagrosamente sin mayores desperfectos de los habituales. O que allá por las estepas de Rusia mande desde hace un par de decenios el también nacionalista Vladímir Putin, que últimamente se ha hecho casi tan popular como Will Smith.

"Vivimos en tiempos de vuelta al primitivismo, a la guerra, a la ocupación de territorios 'manu militari' y a las peleas de callejón"

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Aunque no milite en la misma confesión que Francisco, Putin defiende a su madre (madre patria, en este caso) de las ofensas que pudiera inferirle gente ajena. La diferencia es que no se limita a un elemental puñetazo. Disponiendo como dispone de misiles, tanques y toda suerte de ferretería bélica, lo suyo es utilizar ese armamento para que se enteren quienes tienen que enterarse.

Putin tiene la mano más larga que Smith, por desgracia; y su concepto del honor parece aún más ancho que el del actor recién premiado con el Óscar. Odia imparcialmente a los homosexuales, a las feministas, a los modernos y, por supuesto, al gobierno de drogadictos que, a su juicio, están mancillando el buen nombre de Ucrania, madre de todas las Rusias.

De la bofetada a la guerra va un buen trecho, cierto es; pero las dos agresiones comparten origen al apelar a la fuerza bruta como método de resolución de los conflictos. En el caso de Putin, el impulso lo da el nacionalismo que, según la escueta definición de Borges, viene a ser la “manía de los primates”.

Smith, que a estos efectos es apenas un aficionado, ha recurrido también a la violencia para reparar la honra de su cónyuge, dañada por un chistoso. Lo ha hecho, eso sí, con una bofetada artística tal vez inspirada en la que Glenn Ford le propinó a Rita Hayworth en Gilda. En esto se conoce que la tradición es la tradición, ya se trate de Hollywood o de las severas estancias del Kremlin. Ni a Smith ni a Putin les van a faltar aplaudidores.

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