Opinión | Crónica Política
Las secuelas
La primera sensación que producen los datos que hizo públicos ayer el Consejo de Ministros sobre el plan contra lo que don Pedro Sánchez sigue identificando como las secuelas de la “guerra de Putin” confirman la impresión primera: llegan con retraso, pero más vale tarde que nunca. Se fundamentan, como suele hacer el presidente del gobierno, en la espectacularidad de las cifras totales -16.000 millones, seis mil para ayudas directas y diez mil para créditos ICO que hay que devolver con intereses y declarar después en el IRPF, además del límite sobre los alquileres de vivienda- para, a continuación, insistir en que el plan garantiza la atención.
Lo hizo antes con la pandemia, lo explicó -poco- desde la teoría con los Fondos Europeos, omitió referencias a las desigualdades comprobables en la distribución de los recursos y, en definitiva, esquivó los detalles más espinosos, arte en el que se está especializando cum laude. Si en estos Reinos hubiese una oposición de garantías y no, como parece, en situación de interinidad, la sociedad tendría en pocas horas algo para comparar, siquiera en forma de alternativa. Pero como hay lo que hay, es lógico que cualquier análisis se vea obligado a apoyarse en lugares comunes e insistir en que algo es mejor que nada.
(El objetivo ha de ser, en una sociedad en gran parte flaca de esperanza, mantener la que quede y confiar en que las cifras publicadas sirvan para cubrir las muy importantes pérdidas causadas aquí no por la artillería rusa sino por el dolce far niente de los ministros durante estos días de jaleo. Lo que conduce, casi obligadamente, a los observadores a esperar y ver qué sale de la gestión ya en los primeros días de aplicación de los dineros aprobados y las medidas que permanecen en stand by hasta la Unión Europea le despache el visado.)
Así las cosas, no sería justo considerar el Plan Sánchez como un éxito, porque aún no se puede medir, ni un fracaso, por lo mismo. Hay indicios, eso sí, que -basándose en los precedentes- motivan dudas sobre la eficacia en la gestión, aunque también puede que los fallos anteriores sirvan para no repetirlos. Pero este equipo que se encarga de la gobernanza tiene ya dado demasiados ejemplos de poca humildad a la hora de exponer y de una excesiva vanidad a la de comparar y por tanto el optimismo aparenta un riesgo. Hay ahora mismo no pocos expertos, con copillas y sin ellas, que aplauden con las orejas y otros que silban agotando el último aire de los Lo malo es que bastantes de unos y otros lo hacen no en función de las cifras, sino de sus ideas, simpatías o antipatías; lo peor es que ninguno deja contenta la ciudadanía. Por ejemplo, es un hecho que los veinte céntimos como ayuda para el combustible no cubre la mitad del aumento de los precios, y cierto que el sistema que propuso don Pedro para rebajarlos fue rechazado y que eso acentúa la escasa influencia de España como país, a la vez que la sospecha de lo que tolera la UE se debe al prestigio del portugués señor Costa, que requería algo parecido al premier español. Eso no es bueno y, en ese marco, a Galicia le toca lo que le toca: muy poquito, porque si buena parte de su económía se apoya en el pequeño comercio, autónomos, una industria dependiente de casi todo, un sector agrario agónico y una pesca alejada de la mano de Bruselas, habrá que pedir, antes que subvenciones, un milagro. Y ni ese horno está para bollos.
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