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Xoel Ben Ramos

Siempre es la hora

Parece que está en la agenda verde desde hace una eternidad pero “La hora del planeta” que celebramos ayer empezó el otro día. Fue en 2007 de la mano de WWF –sí, los del panda– y solo en Australia aunque la idea gustó lo suficiente como para hacerla crecer en todo el mundo. Cada último sábado de marzo, durante una hora, las luces se apagan para concienciarnos sobre la deforestación, el cambio climático y la destrucción de la naturaleza.

Este año el lema fue #KMPorElPlaneta y el reto era sumar kilómetros para completar, no una sino muchas vueltas al globo. Correr, saltar o dar una brazada más, todo servía para hacer oír el mensaje: el esfuerzo conjunto puede salvarnos. La verdad, suena muy apocalíptico eso de “salvarnos” porque a primera vista tampoco es para tanto. Que sí, pueden desaparecer cada día unas cuantas miles de hectáreas de bosque y un buen puñado de especies, pues puede que ocurra. La lluvia escasea –¡aquí en Galicia!- y el bochorno de los veranos ya dura semanas, pues sí, digamos que es para atraer a los turistas del Mediterráneo. Hay más enfermedades inexplicables y menos pescado en las subastas de Beiramar y O Berbés, quizás sea casualidad. Es que somos muchos. Sin contar que llevamos unos añitos con guion de peli distópica, entre la pandemia que nos cambió el humor y estos días de huelga donde de repente escasean hasta las zanahorias en los supermercados. En confianza, pienso que ahora solo faltan o zombies o extraterrestres. Esto último si antes a Vladímir no se le escapa el dedo al botón rojo y entonces… bailaremos el “Hiroshima Style”. Seguimos pensando que nada ha cambiado que todo esto es lo normal. Pero no, es lo contrario: nada es igual “y ¡lo sabes!”.

"En confianza, pienso que ahora solo faltan o zombies o extraterrestres. Esto último si antes a Vladímir no se le escapa el dedo al botón rojo y entonces…"

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WWF insiste en que “vivimos la carrera más importante de nuestras vidas” para reducir las emisiones de CO2. Un reto, en el que cada segundo importa y en 2022 el tiempo se agota. El desafío además es un esfuerzo conjunto, porque también nuestros líderes mundiales deben ser claros trabajando por un desarrollo sostenible. Sin embargo, lo desesperanzador es que esos líderes aparecen en la foto ante el monumento en penumbra y, ¡hasta el año que viene! Olvidan que nos jugamos la supervivencia. Quizás porque nosotros, ¿también pasamos bastante del tema? Con nuestros gestos diarios comunicamos lo que somos y lo que ansiamos. Estos días lo hemos visto cuando han faltado productos –para nada imprescindibles– y hemos puesto el grito en el cielo. Frenar este deterioro mudo implica cambiar nuestros hábitos. Parece que no nos vemos, pero desde fuera cualquiera percibiría que somos unos peligrosos depredadores en la cadena trófica global.

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