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Matías Vallés.

Limón & vinagre

Matías Vallés

Un bufón en estado de gracia

Volodímir Zelenski es Andreu Buenafuente interpretando una novela del Capitán Alatriste. A saber, un monumental error de casting, una contradicción que puede salvar al mundo. El humorista ojeroso, afónico, ganado de peso pero afilado de facciones y con musculatura de presidiario contrasta hoy con aquel grácil bailarín que ganó la versión ucraniana de ‘Mira quién baila’ con un tango.

El cómico desvergonzado que toca el piano con el pene en uno de sus sketches es el gobernante más serio del planeta, porque se juega la vida a cada minuto. De hecho, atrapó la atención de la audiencia global con su célebre discurso ‘Soy un hombre muerto’. El presidente de Ucrania es un bufón en estado de gracia, aquella grace under pressure que Hemingway estampillaba como divisa del coraje, y que Zelenski interpreta bajo una presión que ni un novelista sabría imaginar.

Zelenski es el único ucraniano a quien Putin no puede asesinar. La torpeza moscovita ya le ha concedido la estatura de Gandhi, Mandela o Luther King, cuando se dirige al Congreso estadounidense con un apremiante: “No tengo un sueño, tengo una necesidad”. Si el Kremlin ejecuta al presidente de Ucrania, lo exaltará a la dimensión del Crucificado. Cautiva por su disposición animosa, pero antagónica del empalagoso Roberto Benigni de ‘La vida es bella’. Atrae porque una bala lleva su nombre y porque tiene un pasado pecador. Corrijan el Cristo de antes, Zelenski es la Magdalena.

De hecho, si los bombardeos fueran del revés, Europa hubiera bloqueado las propiedades de Zelenski por su condición de semioligarca. Su villa italiana, sus Mercedes, sus sociedades en paraísos fiscales, su empleo en la televisión de uno de los ciudadanos Kane más odiosos de Ucrania. Y ahora viene la redención, la camiseta militar verde OTAN, el paseo por la trinchera bautizada “Vietnam”, el rancho compartido con la tropa. El icono ucraniano.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante su intervención telemática ante el Congreso de EE UU el 16 de marzo. Europa Press

¿Está actuando? Antes tuvo que ganar unas elecciones, por un porcentaje que doblaría al conseguido por cualquier gobernante europeo en campo abierto. Sin someterse a debates ni a mítines, con actuaciones teatrales de pago. Lo sorprendente no es que Zelenski triunfe hoy como el presidente que llegó a su investidura a pie y agarrando el móvil de sus seguidores para apretar el botón del selfie. Lo inaudito es que tuviera éxito como actor de teleserie que también alcanza una presidencia inesperada y llega a su investidura en taxi.

Hubo un aprendizaje. El Zelenski que tutea a la muerte como un caballero de Bergman ejerció de gazapo balbuceante en su rueda de prensa de la Casa Blanca, junto a un envalentonado Donald Trump. Se sometió además al chantaje trumpista de fiscalizar al hijo de Joe Biden. En la cumbre cuatripartita de 2019 con Merkel, Macron y Putin, solo faltó que el presidente ruso ordenara a su vecino que les trajera un café. El presidente de Ucrania supera hoy en aceptación a la suma de protagonistas de este párrafo. Según el CIS de la semana pasada, el político más valorado de España es ucraniano. Nunca había ocurrido, nunca volverá a ocurrir. Zelenski es Zelig, se ha colado interpelante en cada instante de lo cotidiano.

Hablando de iconos globales, la revista satírica ‘The Onion’ saludó la coronación de Barack Obama en 2008 con el titular “Le dan el peor trabajo del país a un negro”. Ese dudoso honor recae ahora a escala global en un “nazi judío”, atendiendo a la extraña definición del Kremlin. Zelenski paga, por cierto, la humillación a Putin del segundo presidente negro de Estados Unidos después de Bill Clinton, porque fue Obama quien dijo que “Rusia es un poder regional amenazador para sus vecinos no por su fortaleza, sino por su debilidad”. Enhorabuena por el epitafio.

El instante decisivo

Ante la invasión, Zelenski es un rey de la comedia que consigue su máxima audiencia en el género de catástrofes. Su consagración tuvo lugar el mismo 24 de febrero. Se le ofreció la salida de Ashraf Ghani, el presidente afgano que huyó a los Emiratos Árabes Unidos de Juan Carlos I el mismo día en que arreciaron las mesnadas talibanes. El presidente de Ucrania respondió al señuelo de un exilio dorado con un eslogan, “no necesito un viaje, necesito armas”.

Fue el instante decisivo que predicaba Cartier-Bresson para apretar el disparador de la cámara. No solo Rusia, tampoco Occidente puede tolerar que Zelenski gane la guerra, por el descrédito que supondría para los militares profesionales un mundo al que ya solo pueden proteger sus payasos.

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