La tradición cubre la isla de Tambo de un maravilloso manto de favores divinos, y desgrana piadosas páginas, tejidas por la fervorosa fe de nuestros antepasados, que fueron el tema de una “aculturación” erudita, elaborada por semejanza con episodios similares, en otros Monasterios, que nosotros vamos a relatar tal como se encuentra recogida por un conocido autor y reproducida, más o menos, fielmente por ulteriores publicaciones. Autores como: P. Yepes, en su “Crónica General de la Orden de San Benito”, o Fray Esteban Álvarez Inclán, en “Memoria descriptiva e histórica de la isla de Tambo”, o Francisco Huerta y Vega en “Anales del Reino de Galicia”.

Allá por el año 530, cuando Galicia se hallaba bajo la dominación de los suevos, su rey Rechila, había abrazado la herejía de Arrio, y llevaba a cabo una feroz persecución contra los cristianos, decretada a su instancia por el Concilio de León, al que asistían obispos y clérigos apostatas, si bien este rey, según el testimonio de San Isidoro, llegó a convertirse, después, al Cristianismo, siendo el primero de los reyes suevos que murió en la fe predicada por el Apóstol Santiago, en nuestra patria.

El relato se hace según la narración del historiador Esquilino, calificado de voracísimo por Sigiberto, Baronio y Maximo, y refiere que, reinando en Francia Childerico I, y siendo emperador de Oriente Justiniano, buscó refugio en la isla de Tambo, huyendo de la persecución de los arrianos. Y allí hacía la vida de anacoreta, rogando a Dios, diariamente para que no abandonase a los suyos, en aquellos calamitosos tiempos de herejía y persecución. Y hallándose en una barca, al tiempo de hacer su acostumbrada oración, en la tarde del día 16 de octubre de año 532, se le apareció, lleno de gloria y majestad, el Arcángel San Miguel, ordenándole: “que en la isla llamada Tumba, fundase una Iglesia a su nombre, y se le venere en el piélago, como se venera en el monte Gargano”.

Prudente Autberto, recela en principio dar crédito al testimonio de sus sentidos y decide no comunicar a nadie lo sucedido, en espera de que Dios, manifestarse más clara y terminantemente, sus designios. Pero he aquí que la visión se repite por segunda y tercera vez, esta y ultima acreditada, además, por la aparición de un toro robado que había sido escondido en el promontorio de la isla y cuyo suceso fuera anticipado en testimonio de la celestial visión. El Arcángel le manifiesta, ahora terminantemente, que:” abra los cimientos de la Iglesia, en el sitio en que hallase a un toro atado, y que el ámbito de aquella, fuese cuanto el toro haya pisado”. No pudo ya, nuestro Obispo, menos que persuadirse de la autenticidad de las repetidas visiones, y se dispuso con singular gozo, a cumplirla, viendo bien el manifiesto de los designios del Señor, para cuyo fin, se disponen numerosas barcas que realizan el transporte de los materiales, para la edificación del templo. Durante las obras, que se llevan con gran diligencia, tienen lugar nuevos prodigios. Uno de ellos, sucedió cuando, imposibilitados los constructores de llevar a cabo la iglesia, por existir dos grandes rocas que no podían ser movidas, acude San Miguel, ordenándoles que repitan el intento, separándolas, entonces, con gran facilidad, como si no tuvieran peso alguno. Del mismo modo, acudió el Arcángel, en su ayuda al advertir la necesidad que pasaban por no haber manantial alguno de agua dulce en la isla, ordenándoles que practicasen un hoyo en una piedra próxima al lugar de las obras, de la que brotó abundante y cristalina agua, con la que podían saciar su sed.

Terminada la construcción, “se trajo a él, parte de la vestidura con que se apareció, y parte del mármol, sobre el que se vio al Arcángel, en la Gruta del Gargano”, acudiendo de todas partes de la comarca, multitud de peregrinos, a visitar este lugar santo, que por circunstancia de su difícil acceso, y el obligado paso del mar, para llegar a sus pies, fue llamado SAN MIGUEL “IN PERICULO MARIS”, celebrándose en el aniversario de su aparición, el 16 de octubre, una famosa romería, pudiendo ha verse el paso al santuario, en marera baja, a pie, valiéndose de unas losas o pásales que al efecto, había entre la isla y la `punta Chancelas.