Hasta hace algún tiempo –no demasiado– era relativamente habitual, al menos en el lenguaje coloquial, que cuando alguien quería expresar un desacuerdo importante con otro utilizaba la expresión “¡qué locura...!”. Pues bien, parece oportuno recuperar la costumbre, esta vez para aplicarla a la aparente decisión –habrá que suponer que revocable– de la que acaba de dar cuenta este periódico: la ministra Ribera elimina de la planificación estatal de redes eléctricas hasta 2026 la conexión con la Muy Alta Tensión a la factoría que el grupo multinacional Stellantis tiene en Vigo.

Eso se hace a pesar de que la empresa había advertido de que esa conexión era clave para asegurar su continuidad en Galicia. Palabras mayores de las que se deriva lo de la locura: la decisión de la ministra viene a ser para Galicia como jugar a la ruleta rusa, pero con más de una bala en el revólver, lo que no es una exageración. En FARO se ha advertido reiteradamente del riesgo que corre la ubicación viguesa del grupo, además de denunciar que en el Gobierno ni siquiera se le ponían al teléfono a su CEO, el señor Tavares y ahora parece ir a peor: ya no responden ni a sus escritos.

No debería ser necesario repetir los argumentos, expuestos reiteradamente, por los que asegurar la permanencia de esa multinacional donde está es un asunto estratégico y por lo tanto de prioridad absoluta para Vigo, Galicia y España. Y por eso han de ser el ayuntamiento de la ciudad –por cierto, demasiado silencioso en varios asuntos vitales para la conurbación, desde el de Barreras hasta este de la antigua Citroën, pasando por algunos otros–, la diputación provincial, la Xunta, el Parlamento gallego en pleno y los diputados y senadores de este Reino los que levanten la voz.

Y es que, dicho desde una opinión personal, el asunto y el momento son los adecuados para cantarle las cuarenta a la ministra en cuestión, al Gobierno central y al lucero del alba si menester fuere. Y exigir que reparen de inmediato el “olvido” –por ser generosos– de Ribera. Porque lo que está en juego es mucho más –con ser ya demasiado– que los miles de puestos de trabajo directos e indirectos de la factoría: es el sector de la automoción en Galicia y los avances en tecnología, productividad y prestigio que se ha generado aquí. Y todavía más importante: el prestigio de esta tierra y el respeto que se le debe desde hace ya mucho tiempo.

Ítem más. La reacción colectiva ha de servir para el final definitivo de la degradación galopante que del principio de igualdad hace un Gobierno que, como el del señor Sánchez, premia a sus socios y apoyos y castiga al resto, lo que en pocas palabras es un agravio para la esencia misma de la democracia. Y quien estime demasiado fuerte esta afirmación, que reflexione acerca de la “casualidad” de que lo que se le niega a Galicia se conceda a otros o del hecho, reiterado, de considerar “propia del derechismo” cualquier queja que de aquí provenga. Es por todo eso por lo que toca defender aquello a lo que esta tierra reclama: respeto.