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Daniel Capó FdV

LAS CUENTAS DE LA VIDA

Daniel Capó

La historia sucede en dos tiempos

La historia sucede en dos tiempos: en el presente y en el futuro. Nadie sabe qué ocurrirá a largo plazo ni si las victorias de hoy representarán algo de aquí a unos años o unas décadas. Rusia ha jugado sus bazas en Ucrania, invocando el trauma identitario no resuelto de la caída de la URSS. Rusia confiaba en la debilidad europea, aguzada por la parálisis crónica de la burocracia bruselense y el inquietante impasse de una Unión Europea que no es ni imperio ni Estado nación. A este impasse lo ha bautizado el politólogo francés Pierre Manent como “momento ciceroniano”, y creo que con razón. Divididos y paralizados, con los Estados Unidos priorizando el Extremo Oriente: Putin aprovechó para ordenar el ataque en busca de una capitulación rápida de Kiev. Divididos, paralizados y quién sabe si cobardes: tal era la lectura que el Kremlin hacía de Europa, tras décadas de sequía en gastos de defensa y con una demografía en franco declive. Putin reprobaba el declive occidental, mientras urgía el rearme y financiaba las derivas populistas en la política europea: de los nacionalismos a las formaciones extremistas, del ecologismo antinuclear a las elites pragmáticas de Alemania.

Efectos de un bombardeo ruso en Kiev. E.P.

No hay poder sin contrapesos, ni avance sin retaguardia. Moscú esperó al final de los Juegos Olímpicos de invierno en China para mover sus piezas en el tablero internacional. Una victoria rápida del ejército ruso hubiera acelerado este relato de la decadencia de Occidente, con la sonrisa gatuna de Beijing en la lejanía. No sucedió así y tampoco parece que vaya a ocurrir en las próximas semanas. Al contrario, la agresión rusa ha acabado con el espejismo de la paz perpetua, ha unido de nuevo a Europa y vigorizado a la OTAN, esa alianza militar en busca de sentido, como se decía hace apenas unos años. Gane o pierda la guerra de Ucrania, la posición del eje ruso-chino ha quedado debilitada a medio plazo: las sanciones económicas serán sangrantes para la economía rusa; el incremento en gasto militar, apoyado en la superioridad tecnológica que aún mantiene Occidente, afianzará la superioridad estratégica del atlantismo; las naciones democráticas del Extremo Oriente se asociarán más estrechamente con los Estados Unidos; y tendrá lugar cierta reindustrialización en nuestro continente a medida que la robótica lo permita y el incremento de las tensiones con China lo haga aconsejable. Pero sería ingenuo creer en un discurso tan lineal. Rusia saldrá herida, pero es muy probable que Europa también.

Porque los fundamentos económicos de Occidente son deficientes, debido a una deuda asfixiante y a los efectos inflacionarios del envejecimiento de la población. Y porque, en la telaraña de las materias primas –no solo del petróleo y el gas, sino también de los cereales, el cobre y el agua–, China ha ocupado una posición central, sobre todo en África y de forma creciente en Hispanoamérica. Un politólogo tan autorizado como el búlgaro Iván Krastev ha alertado recientemente sobre la posibilidad de que sea Occidente y no el eje Moscú-Pekín el que quede aislado en la pugna global. Determinados movimientos –como el de Arabia Saudita negociando vender barriles también en yuanes y no solo en dólares– indican que se pueden tomar decisiones impensables hace apenas unos años. La historia sucede en dos tiempos, en efecto y, hasta que no se convierta en pasado, no entiendes la magnitud de lo que sucede. Y esta vez tampoco será una excepción.

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