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Óscar R. Buznego

Un anticipo de la posguerra

La contienda en Ucrania pone a prueba la responsabilidad del PSOE y del PP

Es difícil saber a ciencia cierta la evolución de la guerra, y no precisamente porque tengamos pocas noticias, pero se adivina la magnitud del desastre. Miles de muertos, más heridos, millones de refugiados, ciudades devastadas, infraestructuras destruidas y un dolor infinito. La evaluación de los daños será una ceremonia fúnebre. Y volveremos a preguntarnos, con la experiencia de tantas guerras y sus consecuencias, cómo ha sido posible esta nueva caída. La guerra siempre ha tenido partidarios, pero no deja de ser un retroceso al colmo del absurdo. Aunque Putin cante victoria, Rusia cosechará con total seguridad una derrota histórica. La reconstrucción de Ucrania exigirá un esfuerzo gigante y el mundo, esta vez sí, habrá cambiado, probablemente para ser otro bien distinto a medio plazo. Por el momento, la seguridad reclama una atención prioritaria, los países aumentan el gasto militar, la economía mundial y las nacionales sufren fuertes tensiones y se agrava la inestabilidad de los sistemas políticos.

La guerra nos afecta ya de un modo directo. La implicación de España, como miembro de la Unión Europea y de la OTAN, es creciente. Nuestro país está en dificultades. La protesta en la calle arrecia y el gobierno no responde. Pedro Sánchez ha iniciado una gira por Europa en busca de una solución que, aún en el caso de que regrese con ella, será parcial e insuficiente para el estado de nuestra economía. En realidad, el Gobierno está roto y corre el riesgo de verse desbordado por la situación. La reacción inicial de responsabilizar a la agitación ultraderechista por la huelga del transporte es un síntoma de los problemas que acusa la gestión del Ejecutivo. Las amonestaciones que le han llovido a diestro y siniestro por haber corregido la posición de España en el conflicto del Sáhara, sin haber compartido la decisión con los socios de coalición y sin comunicarlo siquiera a los partidos de la oposición, son señales del desconcierto gubernamental.

La crisis derivada de la guerra no es similar a la provocada por la pandemia. Tendrá mayor impacto, es más compleja y viviremos mucho tiempo bajo algunos de sus efectos. Requiere la actuación de un Gobierno sólido, que hable claro a los ciudadanos y abra un paréntesis en la batalla política interna para hacerse cargo de la situación, aunar voluntades y diseñar un plan eficaz de recuperación de la economía y del estado de ánimo del país. A pesar del esfuerzo que Pedro Sánchez parece estar haciendo en ocasiones para reconducir su acción política, el Ejecutivo actual no reúne las condiciones para generar entre los españoles la mínima certidumbre necesaria en una coyuntura como esta.

En los últimos días han circulado rumores aislados de un adelanto de las elecciones generales. En estas circunstancias, una disputa electoral no podría resultar más inoportuna. Y la legitimidad democrática del gobierno de coalición, por más que insista Vox en lo contrario, es incuestionable. Pero es un hecho que las fisuras entre el PSOE y Unidas Podemos, cada vez más grandes y visibles, merman su capacidad para tomar decisiones e insuflar confianza en la sociedad española. El jefe del Ejecutivo debería pensar de manera urgente en extender su red de alianzas y, quizá fuera lo más conveniente, en una remodelación del Gobierno. Cometería un error si desaprovecha la oportunidad de llegar a acuerdos que previsiblemente le va a brindar Feijóo cuando sea confirmado como líder del PP en el congreso de Sevilla. Las dos preguntas que vienen a continuación son, primera, si Pedro Sánchez es el dirigente político indicado para dar ese golpe de timón a la política española y, segunda, si está dispuesto a ello. Para su futuro, probablemente resulte más arriesgado permanecer atado a un gobierno que en cada ocasión exhibe criterios opuestos y un mal funcionamiento. La guerra de Ucrania está creando una situación excepcional en Europa, que pone a prueba la responsabilidad con que el PSOE y el PP asumen la gestión de los intereses de los españoles. Deben cooperar con precaución y actitud vigilante, pues las redes sociales invitan al desahogo, los populismos aún están en la cresta de la ola y la polarización sigue en su afán corrosivo. Pero en la posguerra que se avecina no caben excusas, ni distracciones, ni chivos expiatorios. Esta sería, sin duda, mejor opción y más democrática que la tecnocracia italiana.

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