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Joaquín Rábago.

Assange no es Pinochet

El fundador de Wikileaks Julian Assange ha perdido su última batalla para evitar su extradición a Estados Unidos, donde puede ser condenado a 175 años de cárcel por espionaje.

El Tribunal Supremo británico, máxima instancia judicial del país, rechazó el recurso que había presentado el australiano contra su entrega a la justicia estadounidense, y la última decisión corresponde ahora a la ministra del Interior, Pritil Patel.

Es interesante conocer la biografía profesional y la ideología de la persona que debe decidir ahora el destino del periodista y activista, que lleva desde abril de 2019 en la prisión de alta seguridad de Belmarsh tras haber pasado antes siete años refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres.

La ministra del Interior, que se confiesa ferviente admiradora de Margaret Thatcher, pertenece al sector más derechista del partido conservador hasta el punto de que llegó a abogar en 2011 por la reinstauración de la pena de muerte aunque dijese más tarde haber cambiado de opinión.

La también vicepresidenta de los Amigos Conservadores de Israel se ha opuesto además al sufragio de los presos en el Reino Unido, ha votado contra los matrimonios del mismo sexo, y es conocida su connivencia con los poderosos lobbies del tabaco y del alcohol de su país.

Sería pues un auténtico milagro que una ministra del Interior de semejante talante votase en contra de la extradición de Assange después de la decisión favorable del Tribunal Supremo.

Claro que Assange no es Augusto Pinochet, el sanguinario exdictador chileno que fue detenido en Londres en 1998 tras viajar al Reino Unido para una intervención quirúrgica en respuesta a una orden internacional de captura emitida por el entonces juez de nuestra Audiencia Nacional Baltasar Garzón.

En marzo del año 2000, un tribunal británico autorizó la extradición de Pinochet a España para que pudiera ser juzgado por genocidio, torturas y desapariciones, entre otros gravísimos delitos.

El protagonista del golpe militar de 1973 contra el presidente Salvador Allende, quien le había nombrado poco antes jefe del Ejército chileno, estaba considerado responsable de miles de asesinatos de sus oponentes.

Pero el entonces ministro británico del Interior, el laborista Jack Straw, decidió que, debido a su edad y a su estado de salud, Pinochet no estaba en condiciones de ser juzgado y permitió su regreso a Chile.

La organización fundada por Assange ha divulgado más de un millón de documentos de interés público que muestran, entre otras cosas, las mentiras de EE UU en las guerras de Irak y Afganistán, y la hipocresía de gobiernos y políticos de toda laya.

El periodista y activista australiano no es un criminal como Pinochet y, a pesar de su delicado estado de salud tanto psíquica como física, que motivó que una juez británica rechazara en primera instancia, hace más de un año por riesgo de suicidio, su entrega a EE UU, ésta parece ya prácticamente segura.

Triste suerte la de Assange a la que, por cierto, los medios occidentales, volcados como están en la cobertura de la invasión rusa de Ucrania, no han prestado tanta atención como se merece por lo que representa de atentado contra la libertad de información en Occidente.

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