"La ira de los imbéciles llena el mundo" Esa frase de George Bernanos en su célebre ensayo sobre la Europa de los totalitarismos 'Los grandes cementerios bajo la luna' vuelve a estar vigente, si bien nunca dejó de estarlo del todo. El escritor francés lo escribió a raíz de lo que presenció en la guerra civil española en Mallorca, donde le sorprendió su estallido y durante la que presenciaría horrorizado la barbarie de las tropas vencedoras, “imagen – escribirá – de lo que será el mundo mañana”. A Bernanos, conservador y católico practicante, la represión y la ira de los franquistas (en teoría sus correligionarios ideológicos) le impresionó de tal modo que decayó en su apoyo inicial al levantamiento militar y, vislumbrando lo que se avecinaba en el continente, escribió un alegato contra el fascismo y la guerra que es ya un clásico de la literatura europea y universal.

La ira de los imbéciles llena el mundo, es verdad. La frase de Bernanos me rebota en la cabeza cada poco en estos días viendo lo que sucede en Ucrania y, sobre todo, escuchando los discursos del presidente ruso Putin y sus adláteres, que tanto recuerdan a los de otros dictadores anteriores. Pero no solo a ellos, también a todos esos que, con razones diversas, justifican su actuación o la contraponen en un plano de igualdad a la de quienes la sufren, esos millones de ucranianos que ven cómo las bombas caen sobre sus cabezas escondidos en sótanos y búnkeres o mientras huyen hacia las fronteras próximas, y a la de los gobernantes de los países europeos que les tratan de ayudar sin atreverse a enfrentarse directamente con Putin porque eso podría suponer un desastre mayor aún, pero sabiendo que, si no hacen algo, detrás de los ucranianos vendrán otros y que lo que en realidad está en juego es la supervivencia misma de Europa. Una vez más el mundo está en manos de un loco y quienes no lo están tienen la obligación de pararle los pies, pero han de hacerlo tratando de que no enloquezca más, porque sería aún peor para todos.

De entre las imágenes con las que nos bombardean (como los ucranianos en sus sótanos y búnkeres, muchos se esconden para no verlas apagando la televisión) las que a uno más sobrecogen son esas que ya empiezan a abundar de grandes fosas comunes a las que arrastran los cadáveres para darles sepultura apresurada; imágenes que recuerdan a las de los judíos en los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial o a las de tantas guerras sucedidas en el mundo desde entonces. Europa entera está llena de ellas y de grandes, grandísimos cementerios en los que reposan los cuerpos de millones de hombres y de mujeres muertos por la ira de un loco o por la de una sociedad entera arrastrada al fanatismo, como la de la Alemania nazi de Hitler. A las afueras de Luxemburgo, separados apenas por un kilómetro de distancia, dos de ellos recuerdan a miles de soldados de aquella guerra, todos chavales muy jóvenes, el norteamericano, con el general Patton presidiéndolo, con cruces blancas alineadas sobre un césped cuidadísimo y el alemán con cruces de hormigón sombrío, pues nadie se encarga de mantenerlo. Tanto esos cementerios como los muchos que cubren la faz de Europa brillan bajo la luna estos días con una luz especial mientras un nuevo holocausto se produce cerca de ellos renovando las palabras de Bernanos, que nunca pasan de actualidad para desgracia de todos nosotros: "La ira de los imbéciles llena el mundo".