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Alberto Barciela

Feijóo y el espacio Fraga

Otro gallego, Alberto Núñez Feijóo, está llamado a liderar el Partido Popular de España. No es el primero, su fundador fue Manuel Fraga, el León de Villalba, que llegaba desde una Alianza Popular necesitada de aire fresco y democrático, y muy fundamentalmente de escaños. Por Génova anduvieron Gerardo Fernández Albor y Mariano Rajoy. Parece una tradición que el PP de Galicia contribuya con sus dirigentes a enrumbar un navío que, con demasiada frecuencia, roza las rocas de los acantilados con peligro grave de naufragio.

El ahora es el del político de Os Peares. Ni chantajes ni gaitas, ni chalanas ni yates, que diría Fraga. Hay que sacrificarse por España y punto. Sobre la mesa un currículum, el de Feijóo, de eficaz experiencia en la gestión, sin alaracas, sin un ay de queja, sin alalás en las fiestas –que también las hubo–, con seriedad en momentos críticos como el COVID. Quizás solo dos peros: no dejó crecer la hierba lo suficiente entre los miembros de sus gobiernos, de ahí la preocupación en la sucesión de la Xunta, y ha permitido unos equipos, eficaces en lo electoral, pero que le han hecho más distante de lo deseable.

A mi tocayo, como me ha llamado durante años, le corresponderá llevar el barco a astilleros, restañar grietas, meter estopa, enderezar escuadras, ordenar una travesía nueva y elevar velas al viento fresco y traslúcido. No hay tiempo que perder. Génova es solo un puerto de partida, el destino está en el otro lado de Madrid, en el mismo lugar en donde más que especies abundan complejos entre los que se elevan edificios como el de Semillas. Para los españoles han germinado más desazones que cosechas. Las naves de Alberto han de recalar antes en los puertos vascos y en los catalanes, en las islas Baleares y Canarias, en Valencia, fondear en Cantabria, Navarra o La Rioja. Ahí deberán aprovisionar marinerías y graneros, quizás es razonable pensar que lo hará apoyado por una timonel andaluza como secretaria general.

Y si Alberto quiere ser el nuevo Suárez español ha de negociar con las flotas adversarias cuestiones que, más allá de la conquista de un territorio ya existente, presupondrán la defensa de la unidad y la grandeza de la democracia española, basada en políticas de Estado: cumplimiento de la Constitución, separación real de poderes, listas abiertas, segunda vuelta, gobierno del más votado, control de los gastos electorales, transparencia en la financiación de los partidos políticos, límite de mandatos e inmunidades, no manipulación de los medios de comunicación públicos, papel del Senado, una diplomacia estable, políticas medio ambiental y de igualdad, etc. Hay mucho por hacer y demasiados ámbitos en los que posicionarse con claridad desde la derecha al centro español, en lo interno y en lo internacional, en lo social y en lo económico. Todo ha de hacerse sin complejos.

“Ni tutelas ni tutías”. Esquivados los venenos, superadas las trampas, el todavía presidente de Galicia ha de otear horizontes claros en mitad de la mayor tormenta que ha sufrido la derecha española, incluidos los extremismos galopantes y los avatares menguantes de las tropas podemitas.

Alberto ha renunciado a un cómodo y seguro bienestar familiar para hacerse con un territorio que Fraga sufrió y no conquistó: España. El viejo León ocupó el espacio ideológico más amplio. En aquella ocasión, perdió Fraga y ganó Galicia, ahora nos toca ceder.

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