Galicia vive bajo los efectos de una tormenta perfecta. A las crisis pandémica y económica se suman estos días las consecuencias del ataque ordenado por el zar Putin sobre Ucrania (nuestra comunidad se juega un negocio de 700 millones, por no hablar del impacto que tendrá sobre la energía, las materias primas y el comercio en una economía globalizada) y, en último lugar, el seísmo político desatado en el corazón del Partido Popular de España. Un terremoto tan inesperado como virulento que se ha llevado por delante el endeble liderazgo de Pablo Casado y cuya onda expansiva está afectando con especial intensidad a nuestro territorio. Hasta el punto de que la comunidad se sitúa hoy en la antesala de un cambio histórico.

Porque con toda probabilidad Alberto Núñez Feijóo, ganador de cuatro elecciones autonómicas de forma incontestable, está viviendo sus últimos días al frente de la Xunta. Su nuevo destino tiene dirección concreta: la calle Génova. Y su cargo, también: presidente nacional del PP, una responsabilidad que ya han desempeñado otros dos gallegos: Manuel Fraga y Mariano Rajoy.

En 2018, Núñez Feijóo tuvo la oportunidad de pelear por suceder a Rajoy. Estuvo a punto de dar el paso, pero finalmente cedió, rehén de las dudas. Para solemnizar su decisión reunió en Santiago a los principales dirigentes del PPdeG. “No puedo fallar a los gallegos, porque sería fallarme también a mí mismo”, proclamó entre la euforia, y también no poco desconcierto, de los suyos. El portazo era definitivo... o eso parecía.

Desde entonces ha ganado otras elecciones autonómicas de forma aplastante, agrandando su vitola de imbatible, esa misma aureola que ahora, por una carambola del destino, y por algo más (el papel de la baronesa madrileña Isabel Díaz Ayuso es más que relevante) le ha llevado en volandas a las puertas de la sede del PP nacional.

La realidad es que, salvo giro inesperado (lo sucedido en 2018 es hoy prácticamente imposible que se repita), Feijóo se irá a la capital con el apoyo unánime de los 17 barones territoriales, un respaldo que quedará explicitado en el congreso extraordinario de principios de abril. Así que el reloj del cambio está en marcha. En Madrid y en Galicia.

Los dirigentes territoriales del PP creen que por fin han dado con un caballo verdaderamente ganador tras la experiencia fallida de Pablo Casado, víctima de indudables errores propios y ambiciones ajenas. En política la línea recta no es casi nunca la distancia más corta entre dos puntos, y Feijóo ha tenido que dar un rodeo de casi cuatro años para ver satisfecho su sueño más íntimo: ser líder nacional.

"Ni Galicia ni los gallegos se pueden permitir un parón en este momento crítico. Todo lo contrario, necesita acelerar para no perder, otra vez más, esta inmensa oportunidad de transformar su modelo productivo"

Sin entrar en cómo se ha fraguado ese cambio en la cúpula, un proceso que no pasará a la historia política por su fair play, la realidad es que la operación Feijóo deja a Galicia en una situación incómoda, de notable incertidumbre. Con sombras e incógnitas, incluso temores. Porque el presidente gallego ha ejercido desde el primer minuto su liderazgo de forma omnímoda. Su autoridad es indiscutible. Todos los grandes asuntos, y no pocas veces los más pequeños, han dependido de él. Sus equipos, tradicionalmente con un perfil bajo y discreto, viven y trabajan en función de sus directrices. Feijóo planifica, los demás ejecutan. Y esa forma de hacer y entender la política tiene sus consecuencias.

Tan alargada es su sombra que todavía hoy hay dudas sobre quién le sucederá, cuando lo natural sería que Alfonso Rueda, su vicepresidente durante 13 años, se considerase el relevo natural. “Eso aún está por verse; todo depende de a quién señale el presidente con su dedo, entonces los demás lo acataremos”, admite gráficamente un conselleiro, que no tiene reparos en considerarse un “peón de Alberto”. Esta es la realidad: el PP gallego es Feijóo, y viceversa.

Así que su inminente marcha es mucho más que una importante baja que cubrir. El patrón abandona el barco. Y ese adiós se produciría en un contexto socioeconómico sumamente delicado. Todavía bajo los últimos coletazos de una mortífera sexta ola, Galicia tiene ante sí un desafío mayúsculo: no se trata simplemente de reactivar la economía, sino de modernizarla como no se ha hecho nunca.

Es un reto formidable que debe revolucionar por igual a los principales sectores productivos de nuestro país. En ese empeño, Galicia podrá disfrutar de una ingente cantidad de recursos, miles de millones de euros en los próximos años. Es una oportunidad histórica que no nos podemos permitir estragar, y la realidad es que, por múltiples razones, nuestros gobernantes, de las diferentes administraciones, no están actuando con la diligencia y la premura exigibles. El riesgo de perder ese dinero de la UE es más que una amenaza hipotética.

El nuevo modelo de financiación autonómica, el envejecimiento poblacional, el combate contra la Galicia vaciada, el fortalecimiento de la sanidad pública –en especial la Atención Primaria–, la reindustrialización de nuestra economía con un ojo puesto en la creación de un empleo estable y de calidad y el otro en la sostenibilidad, la apuesta real por la innovación, la consecución de las infraestructuras todavía pendientes e indispensables –AVE por Cerdedo, salida sur hacia Oporto, la nueva autovía Vigo-Porriño…–, el imprescindible salto de calidad en los servicios sociales, con especial cuidado a la dependencia... Las tareas son muchas y de envergadura. Ni Galicia ni los gallegos se pueden permitir un parón en este momento crítico. Todo lo contrario, necesita acelerar para no perder, otra vez más, esta inmensa oportunidad de transformar su modelo productivo y de dar un gran salto hacia la modernidad. No es momento de esperar, sino de imprimir más ritmo.

Por eso, es más que conveniente que el paisaje político gallego quede cuanto antes despejado. Nuestro futuro no puede quedar en manos, y mucho menos ser subsidiario, de lo que pueda ocurrir o decidirse en otros territorios o instancias partidarias, que nada tienen que ver con ese interés general que los populares gallegos dicen defender. El PP busca un nuevo líder nacional y parece haberlo encontrado por fin en Alberto Núñez Feijóo, pero Galicia necesita máxima estabilidad política, económica y social para seguir avanzando. Y si esa estabilidad ya no se la podrá seguir dando Feijóo, es entendible que los gallegos quieran saber cuanto antes y por boca de su todavía presidente las razones de ese adiós y en manos de quién se quedan.