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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Torturas ante el televisor

La tortura suele ejercerse de forma secreta. Es una práctica odiosa cuyo objetivo principal consiste en causar el daño más doloroso a la víctima para obtener (o arrancar) de ella una información valiosa. Y sin provocarle, a ser posible, la muerte por si todavía resultase de alguna utilidad mantenerla con vida. El ejercicio de la tortura tiene una larga tradición y sobre sus variedades hay mucho escrito, dibujado o filmado. El siglo XX fue abundante en torturas y pudimos conocer miles de episodios vergonzosos durante el apogeo del fascismo, el nazismo, el estalinismo, el maoísmo, el franquismo, el salazarismo, el pinochetismo, el somocismo, y de tantos otros regímenes totalitarios, latinoamericanos, islámicos, africanos y de cualquier otra índole.

En unos casos, las torturas fueron practicadas en masa y en otros, de una forma cada vez más sofisticada y perversa, como sucedió con los profesionales enviados por la CIA a la América del Sur en la llamada operación Cóndor. O con la conversión en sede de tortura de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada en pleno centro de Buenos Aires.

Y tampoco debemos olvidar la siniestra desaparición del periodista Khashoggi en el consulado de Arabia Saudita en Turquía. Lo vieron entrar, pero nadie lo vio salir. Se especula con que fue licuado con una técnica novedosa. Como las que utilizan en Guantánamo o en Irak.

Ya sé que no es lo mismo, ni tiene la misma trascendencia, el tragicómico episodio del cese del presidente del PP, Pablo Casado, y de su secretario general, Teodoro García Egea. A los dos se los veía muy satisfechos con el desarrollo de una táctica que iba a facilitar el triunfo en las próximas elecciones generales del primero de ellos, previo el éxito en las elecciones autonómicas de Castilla y León y de Andalucía. De pronto, y sin que sepamos muy bien por qué, se inició un enfrentamiento con la presidenta autonómica de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que pretendía la celebración de un congreso para, se supone, adecuar la estructura del partido a los nuevos tiempos. El retraso en contestar por parte de Casado fue interpretado por Ayuso como obstruccionismo y empezaron a sacar papeles comprometedores con la misma mala intención que los macarras sacan la navaja en las broncas callejeras.

Que yo recuerde nunca asistí a un espectáculo más desagradable. El primer navajazo se lo administró la señora Ayuso al señor Casado y a continuación por riguroso orden de aparición (como se dice en las obras de teatro) el resto de compañeros de partido, la mayoría de los cuales le debían un puesto bien retribuido. La cantidad de refugios para besugos de que dispone la administración pública para que busquen refugio en ella los habitantes de las profundidades es asombrosa. Y todo ese deprimente espectáculo pudimos verlo en directo por las televisiones y las radios. La ingratitud, ya es sabido, es uno de los ingredientes imprescindibles de la tarta política, y su sabor y olor son inconfundibles.

La opinión mayoritaria entre los navajeros es que el señor Núñez Feijóo tiene las máximas posibilidades de ser elegido presidente del PP. “¡Que venga el gallego!,” pudimos haberle oído decir en una emisora de televisión a un militante del partido que fundó Fraga Iribarne. Si es que acepta la patata caliente, tenga cuidado Núñez Feijóo. La derecha posfranquista acredita peligrosas maneras de comportarse.

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