Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Política de coros y danzas

Partidos de breve alcance geográfico han vuelto a irrumpir, esta vez con más fuerza, a modo de grupos de coros y danzas de la política. Habían alcanzado ya fama e incluso poder el regionalismo cántabro que impulsa Revilla desde la tele y el que, a escala provincial, afirma en su denominación que Teruel existe, por si las dudas. Pero eso fue solo el comienzo.

Ahora se les han unido en recientes elecciones autonómicas otras formaciones de León y de Ávila, junto a una que reclama imperativamente “Soria ¡ya!” (y que fue la más votada en su provincia). También concurrían, aunque no tuvieron votos suficientes para un procurador, las candidaturas de Vía Burgalesa, Coalición por El Bierzo, Partido Regionalista del País Leonés, Zamora Decide y Por Zamora.

Poco o casi nada tiene que ver esta nueva tendencia con los nacionalismos de toda la vida, que van de otro palo. Tampoco parece que esté resurgiendo el cantonalismo decimonónico del ¡Viva Cartagena!, contra lo que puedan temer los más aprensivos. A lo sumo podrían nacer, por mera imitación, el Partido del Cocido de Lalín o el de la Paella Valenciana, dado el carácter gastronómico que a menudo tienen estos pujos provincialistas.

"Un escaño o dos pueden valer un tesoro en estas circunstancias; y, de hecho, se cobran a buen precio"

decoration

Probablemente el fenómeno guarde alguna relación con el peculiar sistema electoral español, que suele dejar en manos de pequeños partidos la formación de gobierno. El voto de Teruel Existe, un suponer, fue decisivo para la elección de Pedro Sánchez como presidente.

Un escaño o dos pueden valer un tesoro en estas circunstancias; y, de hecho, se cobran a buen precio si sus propietarios saben negociarlos con instinto comercial. Funcionan bajo el principio minimalista de que menos, es más.

A cambio de investir con la púrpura –o lo que sea– al futuro presidente, no es raro que obtengan inversiones para el territorio en el que se mueven. Un dinero que, de otro modo, difícilmente les llegaría.

Este carácter práctico, por así decirlo, explica la atracción que ejercen sobre sus votantes. Otros tratan de vender ideología, que es asunto intangible y en general prescindible; en tanto que ellos ponen sus pocos, pero decisivos diputados sobre la mesa para sacar todo lo que se pueda de la partida. Es la política de la piñata.

"Ahora se da la paradoja, tal vez no deseada, de que los grandes partidos sean rehenes del apoyo de los pequeños"

decoration

Suceden estas cosas desde que el bipartidismo perdió fuelle al escindirse las partes más extremadas del PSOE y del PP para que naciesen Podemos y Vox, respectivamente. Muchos saludaron con entusiasmo el nuevo ciclo político multipartidista a imitación del modelo italiano, ignorando quizá lo lejos que podría llegar la fragmentación del Congreso.

Ahora se da la paradoja, tal vez no deseada, de que los grandes partidos sean rehenes del apoyo de los pequeños e incluso de los minúsculos, convertidos en poderosos por la aritmética electoral.

Seguramente no era esto lo que sugerían quienes lanzaron el eslogan “Piensa globalmente, actúa localmente” (o viceversa) que en su día pretendió guiar la actividad mercantil en el mundo. Los nuevos partidos del terruño –que es en sí término viejuno y olvidado– actúan estrictamente en el dominio local sin preocupaciones planetarias. Puede parecer una política de coros y danzas, pero de momento les va de cine.

Compartir el artículo

stats