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Xoel Ben Ramos

Educación financiera

Puestos a sacar enseñanzas de los errores, todos hemos aprendido que durante la pandemia de COVID-19 se ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad. Esa flojeza de pantalón que entonaba Rosendo, al final nos ha dejado desnudos. El que imaginábamos como el más avanzado sistema sanitario del mundo, o de los punteros, ha resultado insuficiente –cuando menos, mejorable– ante la catástrofe.

Lo mismo ha sucedido con nuestras “haciendas”. Acostumbrados a la típica cuenta corriente, un préstamo, quizás la hipoteca, nuestros ahorros en algún fondo de inversión o plan de pensiones (los más previsores) la digitalización bancaria surgió de un día para otro, la empresarial y social también, pillándonos de lleno. Y tocó adaptarse sobre la marcha, sin excusas. Aquello que era solo habitual para algunos acabó siendo común para la mayoría. Entonces fue cuando entendimos lo que significaba brecha digital, vulnerabilidad económica y educación en finanzas. Ahí también entendimos las ventajas de una buena salud… financiera; porque cuando esta es frágil comprometemos a las personas y al entorno. Es una simbiosis en la que si muchos pocos construimos algo grande, también lo podemos hacer caer. ¿Acaso la pujanza del mercado global no se tambaleó en 2020 cuando los consumidores desaparecimos?

"Debemos ocuparnos de la exclusión financiera, un reto trascendental donde entidades e instituciones deben esforzarse para que nadie quede atrás"

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Por eso, porque le hemos visto las orejas –el hocico y las garras también– al lobo, cobra todo el sentido la educación financiera hoy en día. Un conocimiento que además debe impregnarse de desarrollo sostenible para afrontar esa otra crisis, la climática, que todavía estamos lejos de controlar y corre el riesgo de quemarnos (esto es literal). De hecho, mejorar la alfabetización financiera repercutirá en nuestras capacidades para gestionar situaciones sobrevenidas como, por ejemplo, la pérdida de nuestra principal fuente de ingresos. De la mano de esto también debemos ocuparnos de la exclusión financiera, un reto trascendental donde entidades e instituciones deben esforzarse para que nadie quede atrás, ni los mayores, ni la España vaciada, ni los colectivos más vulnerables (migrantes, mujeres, desempleados…).

Fomentar la educación financiera más que curar es prevenir. Enseñar a utilizar los productos bancarios es fundamental, como lo es también poseer conocimientos y habilidades en este ámbito. La complejidad no está solo en las criptomonedas y los mercados de futuros sino en elementos tan cotidianos como una tarjeta de crédito y básicos como una cuenta de ahorro. Para Bancos y EFC proporcionar asesoramiento, contratos simples y productos personalizados va a redundar en el beneficio mutuo. Y, por supuesto, es el momento de que las instituciones públicas, como ya hacen reguladores y agrupaciones profesionales, se tomen más en serio esta asignatura.

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