Faro de Vigo

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Era curiosa la tendencia de los dictadores, los de la Península Ibérica al menos, a inaugurar pantanos. Quienes tienen mis años recordarán como una de las imágenes más asociadas al generalísimo Franco –el antecesor de la democracia que vivimos ahora, para las mentes olvidadizas– aquella de inaugurar una presa tras la reglamentaria bendición realizada por el obispo residente. En Portugal pasaba algo parecido porque António de Oliveira Salazar, que era civil pero dictador también, gustaba de las obras públicas aunque en su caso tendiese más a la diversificación: autopistas, puentes –cono su nombre–, aeropuertos y así. Leo ahora que Franco y Salazar, Salazar y Franco, proyectaron un embalse a caballo de la frontera galaico-portuguesa de Ourense, el de Lindoso, pero que por aquello de los vaivenes políticos no se puso en marcha hasta treinta años después, en 1992, que fue cuando la empresa Electricidade de Portugal aprovechó una crecida del río Limia para cerrar las compuertas e inundar el valle.

Otras tres décadas más tarde la sequía –pertinaz sequía, decían los diarios y las radios de la época de Franco– ha hecho que los pueblos inundados entonces, Aceredo, Buscalque, O’Bao, Lantenil y A Reloeira, emerjan como fantasmas que vuelven desde la muerte. Nada que no se haya visto otras veces, tanto en el caso de los espíritus errantes como en el de los edificios que recuperan al sol. Pero ahora el problema viene de una especie de turismo de nuevo cuño que se acerca a los caseríos salidos de las aguas con las herramientas propias de la afición: drones para filmarlos desde el aire, selfis para inmortalizar por un tiempo el retrato entre morboso y nostálgico y grafitis para dejar testimonio de que Manolo y Pilar, además de amarse, pasaron por allí.

“Todos quieren un poco lo mismo: que llueva al fin y las aguas del pantano devuelvan a su lugar de reposo a los pueblos fantasma”

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La compañía eléctrica Energía de Portugal (EDP), que es como se llama ahora, ha pasado a ser filial de un monstruo energético chino aunque con nombre en inglés, Three Gorges, y no está de acuerdo en que los pueblos que sacrificó en su día se vuelvan objeto de interés turístico, así que se ha dirigido a las autoridades municipales orensanas de las que dependen los terrenos del pantano para que impidan la afluencia de visitantes. No sé como podrían hacerlo sin una nueva dictadura que amparase la intervención militar porque, según las crónicas, más de 5.000 personas se acercan a diario en los fines de semana, sobre todo desde Portugal, para ver los pueblos que resurgen de las aguas. Los vecinos de Lobios y Entrimo están que arden con las exigencias de EDP, a la que acusan de aprovecharse de las expropiaciones dictatoriales y de no haber pagado jamás impuestos. En el fondo todos quieren un poco lo mismo: que llueva al fin y las aguas del pantano devuelvan a su lugar de reposo a los pueblos fantasma. Recuperar la Historia por la vía de unos edificios redivivos que —salvo para los turistas— solo traen malos recuerdos es un ejercicio de crueldad.

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