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El muerto del metro

El número de redes sociales excede en mucho a la capacidad de desdoblamientos de los individuos. Ni se puede estar en todas ni visitar todas, pero hay como un impulso irracional que empuja a la gente, sobre todo a los jóvenes, a ir de una a otra en busca de algo, quizá en busca de oro, de la piedra filosofal, de la fama, quizá en busca de un novio o una novia. No es nuevo: siempre que se abre un abanico de posibilidades se abre al mismo tiempo un abanico de ansiedades. Hay que elegir y elegir comporta desechar opciones que quizá eran mejores que las seleccionadas. Cuando en España pasamos de una sola televisión a cinco, yo sufría por averiguar en cuál de esos cinco canales posibles se encontraba la gente, mi gente, por la noche. Yo quería ver el canal que veían todos para no sentirme desplazado en la oficina.

¿Estaré en el canal correcto?, me preguntaba. Y aquella era una de las formas de la angustia existencial proporcionada por una oferta que me parecía inabarcable. Esa oferta ha crecido tanto en la actualidad que ya no me hago la pregunta, aunque pierdo horas a veces buscando la película adecuada para la noche del sábado. Lo más parecido a no tener nada es tenerlo todo. Vienen mis nietos a casa, encienden la tele, y pierden horas buscando algo que les plazca entre las miles de posibilidades que el aparato les ofrece. Con frecuencia se van frustrados, sin haber visto nada porque han perdido la tarde en la exploración. ¿Quién decía aquello de que la vida es lo que pasa mientras haces planes? John Lennon, creo. Pues sigue siendo una gran frase. La vida pasa mientras calculamos la rentabilidad de Twitter o de Instagram o de TikTok.

Asusta quedarse fuera de las tendencias dominantes tanto como viajar solo en un vagón del metro. Me ocurre a menudo porque lo tomo a horas en las que no va nadie. Hay una leyenda según la cual, en la línea que más utilizo, en uno de cada diez convoyes, viaja un muerto. Siempre tengo miedo de encontrármelo. Sudo tinta de solo imaginar su entrada en el vagón, de imaginar su aspecto, su mirada, aunque a veces, en medio de esa soledad subterránea, me pregunto si no seré yo ese muerto.

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